miércoles, 9 de abril de 2014

JOTA: día 3

He esperado a que Lolo diese señales de vida. 

He esperado bastante. 

He dejado pasar el lunes, cuando creía que llamaría con el máximo interés que pudiera mostrar, y también dejé pasar el miércoles, presuponiendo que si no contactaba conmigo era porque, al no obtener mensaje alguno por mi parte, habría imaginado que todo había salido sobre ruedas y no tendría nada destacable que contarle.

Como ya han pasado unos cuantos días desde las reuniones, mañana mismo se cumple una semana desde que empecé, es decir, que mañana hay una nueva reunión, no me ha quedado otra que tomar las riendas del asunto y llamarle yo.

El tono de voz con el que ha atendido el teléfono me ha resultado tan atolondrado que me he sentido completamente fuera de mí, como si no me conociera de nada, como si nunca hubiésemos hablado, como si no estuviera haciéndole un favor y no supiese nada de ninguna reunión. 

Como si Marisa, Silvia, Julio y Jaime no existieran ni hubiesen existido jamás.

En vistas del ataque de amnesia que le afectaba he tenido que hacerle un resumen.
—Joder, tío, se me había olvidado por completo —me ha asegurado Lolo cuando le llevaba ya varios kilómetros de ventaja.

Después de un prudencial tiempo de espera, y notando que ni molestándome en informarle personalmente de cómo han transcurrido los acontecimientos mi amigo fingía preocuparse, he liberado el aire de mis pulmones impregnándolo de unas cuantas manos de fastidio pretendiendo, de este modo, conmoverle por lo menos una pizca.
—Ha ido todo bien —he dicho tras tirar la segunda toalla—. Ha habido momentos raros pero todo ha ido bien.

Una nueva pausa ha sido la que me ha acabado sacando de mis casillas.
—Oh, cuánto me alegro Jota. Eres un amigo. ¿De verdad que has estado cómodo? Oh sí, Lolo, de verdad. Muy, muy, cómodo. Gracias por preguntar. ¿Se puede saber qué coño te pasa, tío? ¿Estabas ocupado, en el baño, o es que simplemente no te apetece hablar? —le he soltado de carrerilla.
—No es que no me apetezca hablar pero es que me pillas liado. Eso es todo —ha argumentado mi amigo.
— ¿Estabas ocupado entonces? Si me hubieses llamado tú, y has tenido tiempo para hacerlo, no te habría pillado ocupado.

Justo entonces me ha parecido oír una risa femenina al otro lado del auricular, una risa que ha hecho que me sintiera como el peor de los aguafiestas.
— ¿Estás con Rita, verdad? Joder, soy la leche. Perdona, no quería interrumpir nada. Mira, llámame tú cuando…
—No estoy con Rita. ¿Por qué dices eso?
—Porque he escuchado a alguien reírse.
—Pues yo no he oído nada.
— ¿No estás con Rita?
—No. Estoy solo.
—Pues me había parecido escuchar a alguien.

Otra pausa. El silencio entremezclado con las interferencias y la sensación de que Lolo mandaba callar a alguien a quien le estaba costando obedecerle.

— ¿De verdad va todo bien? —he insistido.
—Qué si tío. Todo está perfectamente. ¿Querías algo más?

Al escuchar la última pregunta he colgado y después he tirado el móvil contra el sofá.

Por no mandarle a la mierda.

Me pensaré la llamada de la semana que viene. Porque dudo mucho que Lolo se digne a adelantarse. 

Y porque, en el fondo, me gustaría que las próximas reuniones salieran tan bien como las anteriores. 


SIGUIENTE CAPÍTULO: JOAQUÍN




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