ANA

Superado el trance del reencuentro, agridulce reencuentro por otra parte, tan agridulce que ya ni me ha sorprendido que Lolo se haya ido sin despedirse, dándome esquinazo otra vez, dejándome como estaba, ya sin inmutarme, la quinta jornada ha comenzado regalándome dos alegrías.

La primera ha sido ver de nuevo a todo el mundo incorporarse, unos con más prisa, otros con menos ánimo. Hasta la ausencia de Jaime y Joselu me ha parecido un hecho que celebrar.

La segunda ha sido la llegada de la tercera mujer del grupo.

No obstante la alegría ha durado poco, justo lo que hemos tardado en darle la bienvenida a la chica, sentarnos y echar a hablar. 

A intentar hablar.

Porque Ana, así se llama la chica nueva, parecía haberse dejado la lengua en casa.
—Si no tienes pensado decir nada, ¿qué haces aquí? —me he interesado tras varios minutos batallando contra su mudez.
—Porque he venido a la fuerza, que mis padres son tontos. Se enteraron de esto y me han obligado a venir —se ha explicado ella.
—Entiendo. Pues mira, todas las personas que ves han venido a hablar y lo han hecho, vaya que si lo han hecho, algunos no han parado de hablar desde el primer día. Y es que aquí estamos para hablar. No vamos a hacer como tus padres y te vamos a obligar a nada pero sí que podemos hacer otra cosa: que se presenten ellos y te cuenten que es lo que les ha traído a este sitio y después te animas tú. Tendremos que aprovechar el viaje. ¿Qué me dices?

Encogerse de hombros, eso es lo que me ha dicho.

Su actitud mientras sus compañeros se daban a conocer ha sido indiferencia, recelo y una total falta de empatía. Desconocía el motivo que la había llevado hasta nosotros, más que nada porque no le daba la gana soltar prenda, pero es que además tenía la desfachatez de mofarse de los problemas del resto, con risitas absurdas, y eso sólo cuando se dignaba a escucharlos.

Primeros pasos dados con el pie torcido.

—Ahora ya no te quedan excusar para no contarnos qué te ocurre —he vuelto a proponerle apenas Javier ha finalizado su presentación.
—Que no, que no, que no pienso decir nada. Que yo estoy aquí por la fuerza y no me vas a convencer de que hable, vamos —ha pataleado Ana.
—Quedamos en que tus compañeros se presentaban y…
—Ellos que digan lo que quieran pero yo no voy a decir nada. No hemos quedado en nada.
—La única condición que tenemos es que si quieres que te ayuden tú tienes que ayudar y se ayuda hablando y si no quieres hablar…
—Es que me da igual que no me ayudéis. Si a mí no me pasa nada.
—O sea que tus padres te han hecho venir por la fuerza pero a ti no te pasa nada.
—Claro.
— ¿Nada de nada?
—No.
—Eres la excepción entonces porque, como ya has escuchado, a todos los demás le pasa algo.
—Pero es que a mí no me pasa lo mismo que a ellos.
—Ya imaginamos, sería mucha casualidad. Cada persona es distinta. A ti te pasarán otras cosas, aunque si dices que no te pasa nada…
—Es que ni siquiera lo que les pasa a ellas es lo que me pasa a mí.
—Buenos, no tengo tanta información acerca de las mujeres como sobre mi propio género pero estoy casi convencido de que también sois diferentes entre vosotras. Piensa también que ellas son un poco mayores que tú.

Ana se parece a Marisa o a Silvia en que son mujeres. Punto y final.

Y no es que Ana con sus tiernos 20 años recién cumplidos todavía no haya llegado al nivel de sus compañeras. No hablamos de madurez, al menos no se trata exclusivamente de madurez.

No es que Ana no sea como Marisa o como Silvia, sino que nunca lo será.

Porque dudo que quiera ser como ellas, para empezar. Porque dudo que supiese llegar a ser como ellas, para seguir y, de paso, cerrar.

Ana tiene más que ver con cualquiera de los chicos asistentes: adolescente tardío, esto es que queriendo o sin pretenderlo ha alargado la edad libre de responsabilidades hasta lo ridículo, hasta que las responsabilidades los han alcanzado y superado; colmados hasta del más nimio y absurdo de sus antojos, casi con absoluta seguridad con dinero extraído del bolsillo de sus padres; perdidos, a la deriva, sin intereses, sin motivaciones.

Ahogados de objetos pero carentes de todo lo demás.

Inútiles si tropiezan con una puerta.

Quizás por química o por encontrarse dentro de su rango de edad, los chicos han empezado a tontear con Ana, algo que he podido contener en algunos casos y moderar en otros.

—Si es que a mí no me pasa nada —ha repetido la chica cuando parecía que se disponía a relatar, por fin, lo que le sucedía—. Que mis padres no tienen ni idea de nada, eso es lo que me pasa.
—Hombre, alguna idea tendrán. Son adultos, seguramente responsables, trabajadores, si estás aquí es porque te han criado y te han educado. Tontos no serán —le he discutido yo.

Otra cosa es el método bajo el que te han educado, he pensado.

—Se piensan que las cosas son como cuando ellos eran jóvenes y no saben nada —ha proseguido ella—. Y de todas formas, como si mi madre se lo hubiese pasado pipa con mi padre. Es que no me los imagino ni de coña.
—Ana, si no nos pones en antecedentes me temo que no te vamos a poder entender —he tenido que recordarle.
—Digo que ellos lo harían para tenerme a mí, para tener a mis hermanos y poco más. No veo a mi madre teniendo orgasmos.
—Ya… Personalmente sigo sin captar del todo a que te refieres. Puedo presuponerlo pero aun así sería correr un riesgo que nos podemos ahorrar. ¿Sería mucho pedir que nos explicases la razón por la que tus padres te han hecho venir?
—No me gusta el sexo —ha dicho.

Y ha sonado a veredicto.

Después ha especificado que si no le gusta es porque cree que ha vivido sus encuentros íntimos con prisas, de manera atropellada, a menudo con desconocidos que no ha terminado de saber si le gustaban o no ni después de haber intimado con ellos, lo que siempre ha dado como fruto relaciones bruscas, fugaces, desagradables y, cómo no, nada placenteras. Al menos para ella.

—No quiero que me tomes por un atrevido pero, ¿tu madre también vivió todo eso? —he querido averiguar tras su relato.
—No, no. Mi madre solamente tuvo otro novio antes que mi padre —ha respondido ella.
— Ah. Como hablabas con tanta seguridad sobre la vida sexual de tu madre…
—Pero no me refería a eso. Yo hablaba de que… tampoco… de que yo nunca… he tenido... un orgasmo, vamos —ha anunciado—. Como mi madre. A eso me refería —ha agregado después, sin darnos tiempo a que reparásemos en lo abierto de esa relación madre-hija—. Y como la mayoría de las chicas, vamos.
—Habla por ti —se ha pronunciado Silvia.
—Yo los tengo igual sola que acompañada —ha colaborado Marisa.
—A menos que me haya mentido todo este tiempo, yo también diría que eres un caso un poco raro —ha dicho Javier.
Joaquín y Jacobo han ofrecido testimonios similares. Julio y Jordi no han abierto sus bocas.
—Pues seré la más rara del mundo —ha sentenciado Ana, tras enfrentarse a las declaraciones de sus compañeros.
—Aquí todos tenemos nuestra propia rareza. Nadie es más que nadie. Ni menos. Ahora bien, voy a preguntarte algo. Dices que nunca has tenido un orgasmo, ¿estando sola tampoco?
—Yo no hago esas cosas. Sola no —ha sido su contundente contestación.
—Ya. No sé qué podrán aconsejarte los demás pero yo te diría, en principio, que tal vez todo radique en que aún no has dado con un chico que te guste tanto como para estar completamente a gusto en ese aspecto. Eso tampoco es garantía de que disfrutes pero sería todo un paso, teniendo en cuenta tus antecedentes…
—No es eso. Es que no creo que pueda gustarme nunca. El sexo es para los tíos y ya está —ha dejado caer Ana, muy confiada en que su postura era una verdad absoluta.
—Nena, tú estás muy equivocada —ha dicho Marisa.
—O alguien te ha engañado —ha añadido Javier.
—No sé quién te habrá inculcado esos pensamientos pero ya ves lo que opina el pueblo. Dime, ¿tu madre y tú habéis hablado abiertamente sobre sexo? ¿Mantenéis una relación fluida en este ámbito?
—Qué va, es decir que no demasiado, lo justo.
—Es que como la has mentado antes diciendo que tu madre tampoco…
—Hombre, porque me lo imagino.
—Ya. Te lo imaginas… Eso no significa que estés en lo cierto.
—Ya… Supongo… Pues nada, seré la más rara del mundo, ya está.
—Pero a ver, ¿tú con quien te has acostado? —le ha preguntado Marisa.
—Con patanes, por lo que se ve —se ha adelantado a responder Silvia.
—Perdona pero tengo mucha experiencia —se ha apremiado a defenderse la aludida.
—Perdónanos tú a nosotros pero no parece haberte valido de mucho —he dicho yo.
— ¿Cómo qué no? ¿Qué más queréis? ¿Vosotros que sois, los mejores del mundo o qué? Siempre me lo he pasado genial, a ver si os enteráis. Pasamos un buen rato y ya está. A ver cuantos de todos estos puede decir que se han liado con tanta gente como yo.
—Viendo el resultado, es preferible no haber probado con tanta gente —ha dicho Javier.
—Pues no —ha dicho Ana.
—Ana —le he llamado yo.
—Dime —ha contestado ella.
— ¿Para quién fue un buen rato? —le he preguntado.
— ¿El qué?
—Que para quien dices que fue el buen rato, ¿para los dos o para él? Ya sé que lo has dicho en plural pero quiero asegurarme.

Un silencio que bien vale una respuesta. La respuesta deseada. He dado en el blanco. 

He dado con la clave.

—Entenderás que una cosa es no tener un orgasmo y otra, completamente distinta y hasta preocupante, es que ni siquiera te guste el sexo —le he dicho ante sus labios prensados.
—Pero tía, ¿nunca, nunca, nunca te ha gustado? —ha querido saber Silvia.
—No…
— ¿Con ninguno de todos esos con los que has estado? —ha preguntado Javier.
—No…
— ¿Nada de lo que has hecho? Porque se pueden hacer muchas cosas. Ellos a ti, me refiero —ha colaborado Marisa.
—No… Nada. Y me han hecho cosas. Pero nada… Nunca me ha gustado. No sé.

Nuevamente salían a relucir esas puñeteras cuatro letras.

Ana no sabía lo que le pasaba ni por qué causa le pasaba ni como se solucionaba, es más, defendía que lo que le afectaba era normal y usual, y que por ser normal y usual era incluso sano.

— ¿Podrías contarnos, sin dar demasiados detalles, comprobarás si te quedas con nosotros que ni nos gustan ni suele sernos de utilidad, como son tus relaciones sexuales normalmente? —me he atrevido a preguntarle después.
—Pues no sé. Normales. Te fijas en alguien, si te gusta te lo ligas y ya está —ha respondido Ana.
—Ya está. Supongo que ya está quiere decir que te acuestas con él —ha indagado.
—Claro.

Las cosas fáciles.

— ¿En qué porcentaje suele ocurrir eso? Lo de conocer a alguien, ligártelo y terminar acostándote con él —he vuelto a preguntarle.
— ¿Qué cuantas veces? Pues no sé… Diría que casi siempre.

No es un porcentaje, tampoco una cifra, pero como guía para orientarse es bastante resolutiva.

Casi siempre.

—Sales un fin de semana, conoces a un chico, os gustáis y casi siempre te acuestas con él —he resumido.
—Así te pasa lo que te pasa —ha corrido a participar Silvia.
—Si ya ha dicho que siempre lo hace deprisa y corriendo —ha recordado Marisa.
—Casi siempre —ha dicho Javier, un tanto jocoso.
—Ya has visto sus reacciones —he empezado a decir yo—. Y es que, así de primeras, podría resultar que tu método para acostarte con los chicos fuese un poco…
—Qué vas muy deprisa, nena —me ha interrumpido Marisa para decir lo que yo pensaba decir.
—Y tampoco parece que escoja demasiado. Si liga todos los fines de semana... —ha dicho Silvia.
—Hombre, vosotras siempre lo tenéis más fácil que nosotros pero aun así… —ha intervenido Javier.
— ¿Estás de acuerdo con lo que se está diciendo? —le he preguntado— Tú misma has descrito antes como suelen ser tus relaciones y has achacado precisamente a lo apresurado de esas relaciones que nunca te haya gustado el sexo.
—Ya pero no sé… —ha contestado Ana.
—Tal vez todo te iría mejor, no te voy a decir que todo se solucionaría porque sería muy precipitado, sería dar un palo de ciego, si pisases un poco el freno —he dicho después.
—Esas cosas llevan su tiempo, que luego pasa lo que pasa —ha vuelto a participar Marisa.
—Lo que deberías hacer, antes que nada, es pararte un poco y elegir bien. O elegir a secas. Es que a saber con quién se está acostando —ha dicho Silvia.
—A ver, que no me voy con colgados, ¿eh? —le ha respondido Ana.
—Tampoco parece que te lo pienses mucho —ha vuelto a decir Silvia.
—Bueno, en eso puedo darte la razón pero…
—Por ejemplo, para hacernos una idea, ¿sabrías decirnos el número aproximado de relaciones que has mantenido este mes? —le he planteado yo, insatisfecho con lo indeterminado que me parecía lo de casi siempre.
—No sé… Cada vez que he salido de fiesta. No sé… —ha sido su respuesta, tan concreta como dubitativa.
— ¿Y has salido mucho? —he pretendido concretar.
—Todos los sábados. A veces algún viernes.
— ¿Y siempre has ligado?
—Sí.
—Y siempre te has acostado con la persona con la que has ligado.
—Sí.
—Varias relaciones diferentes en un mismo fin de semana, en un par de días.
—A veces tres días, que también salgo algunos domingos.
—Oh, que también sales los domingos.
—Y cualquier otro día, no sé… Puedo ir a tomar café, conoces a alguien por casualidad…
—Y déjame adivinar: te acabas acostando con él.
—Menudo peligro. ¿Tus amigas tienen novio? Les dará pánico dejarte a solas con sus ellos.
—Ya me ha pasado.
—Eres una caja de sorpresas sin fondo.
— ¿Cómo?
—Nada, nada. Continúa. Disculpa.
—Nada, eso, que alguna vez me he liado con el novio de alguna amiga. Y se ha puesto hecha una fiera, claro.
—Es que no te iba a dar las gracias, como comprenderás.
—Ya.
—Algunas de esas amigas ya no lo serán, ¿no?
—No creas. A veces nadie se ha enterado.
—No te importa demasiado la fidelidad, por lo que cuentas.
— ¿Cómo qué no? El día que tenga novio estable como se le ocurra ponerme los cuernos lo mato.
—Pues deberías empezar a predicar con el ejemplo, cariño.
—Si ya lo sé. Si sé que no tiene sentido que diga esto y que luego haga lo otro pero no sé...
—Tú lo has dicho.
— ¿El qué?
—Pensaba en voz alta. Disculpa de nuevo. Continua, por favor.
—Nada. Que no sé qué me pasa a veces, que veo a alguien y me gusta y tiene que ser para mí y como no lo consiga me pongo enferma.
—Y ese alguien puede ser cualquiera, incluso los novios de tus amigas.
—Sí. No sé…
—Y no te gusta el sexo... Interesante. No esperaba menos. En fin, Ana, que se nos echa el tiempo encima, voy a pedirte, por favor, que te quedes con nosotros. Ya verás como sacas algo bueno que llevarte a casa, algo con lo que mejorar tu vida en general.
—Bueno, me quedo. Pero si no tengo que hablar mucho.

He admitido su cláusula como si fuese a consentir que se quedase sin decir ni mu, como si no me hubiese bastado lo que había dicho ya.

Como si no se hubiera dado cuenta de que había estado hablando por que ella lo había decidido.

Ana, otro mineral a pulir.

Desconozco si será un diamante o una piedra común más.


SIGUIENTE CAPÍTULO: JUANPE



faaaba6c-0dc3-3b46-a88b-1f143da5c04c

No hay comentarios:

Publicar un comentario