JAVIER

Todavía no había visto nada.

La tensión desatada ante la llegada de Joselu y su animadversión hacia Jordi no era nada comparado con lo que Javier tenía que contarnos. De todos modos, y por suerte, la polémica anterior había crecido a tanta velocidad como después se había deshecho; la sangre no había llegado al río, lo cual me alegraba al mismo tiempo que me hacía pensar que si todo había quedado en nada había sido porque la sangre se había congelado antes de brotar, idea que a su vez me llevaba a recapacitar acerca de la consistencia de los ideales de Joselu. Y no quiero dar lugar a que nadie me malinterprete: como es natural, lo último que deseaba es que nadie fuese atacado en mi presencia y mucho más obvio es que yo no voy a azuzar a una persona para que ataque a otra. Pero pese a esto, no podía dejar de empecinarme en que si la sangre finalmente no había salido a flote había sido porque lo que defendía Joselu carecía de peso. 

Y es que algo indicaba que lo que decía defender no lo pensaba de verdad, no lo sentía, lo cual me alegraba enormemente, aunque sólo fuese por haber impedido que saltase hacia Jordi.

Aun así, al plantearme cómo de firmes serían las convicciones, todas, de Joselu, en consecuencia me llevó a pensar en cómo serían las de Jordi y las de todos los presentes en el aula.

Después de merodear por mis propios pensamientos, el jarro de agua fría nos cayó por la espalda desnuda sin darnos tiempo a coger la toalla.

—Desde que tenía 11 años me lo monto con mi prima —ha anunciado Javier.

El chorro de agua nos ha dejado a todos con la boca abierta. He querido ver que con la llegada del octavo pasajero hemos tocado techo. O al menos eso espero. No sabría que esperar si alguien me dijese que me aguardan emociones aún más fuertes que lo que Javier nos ha desvelado hoy.

— ¿Prima hermana o prima lejana? —le he preguntado yo como si importase la diferencia. Mi pasmo había sido de tal envergadura que me había convertido en un estúpido.
—Prima hermana. Hija de mi tío. El hermano de mi padre. Así que prima hermana, sí.

Tras el repaso innecesario por el mapa de los parentescos, Javier, al que he supuesto unos cuantos años más que el resto de los chicos participantes, se ha mostrado preocupado y avergonzado de confesar lo que, he querido entrever, deseaba confesar.

—Nos hemos tirado muchos años juntos —ha proseguido después de tantear por entre las palabras más convenientes y escogerlas—. Empezamos siendo unos críos, cuando no teníamos ni idea de nada, era un juego más: los médicos, los papás y las mamás, ¿no? Te bajabas los pantalones, hacías algo que no sabías muy bien que era ni por qué lo hacías y a otra cosa. Se te olvidaba a los pocos minutos. Era lo bueno de ser un macaco. Después creces y las cosas ya no se te olvidan así como así.

Javier nos ha contado que cuando su prima y él llegaron a la adolescencia sus juegos se complicaron. Y también se intensificaron.

—Porque comenzamos a verle sentido a lo que hacíamos, a hacerlo porque nos gustaba, porque nos daba placer, a fin de cuentas. Soy un año mayor que ella y los chicos siempre somos más revoltosos en ese aspecto y con 13 o 14 años yo estaba ya que me subía por las paredes. Ella aún tardaría un poco más en averiguar de qué iba todo aquello pero yo estaba todo el día predispuesto a jugar a lo que siempre habíamos jugado.

Soy de pueblo, de pueblo pequeño, y desde siempre he escuchado rumores, pues nunca nadie me ha confirmado historias semejantes, historias de parejas que se hayan casado y tenido descendencia aun siendo parientes, más o menos próximos. Incluso he conocido casos, supuestos casos insisto, en los cuales los protagonistas estaban estrechamente unidos por la sangre. Como también he oído que mezclarse con personas de la misma sangre provoca tener hijos un tanto lentos y tampoco he tenido el gusto de que me presenten a ninguno, no puedo más que tomar todas esas historias como leyendas populares.

Ahora bien, el testimonio de Javier daba la impresión de ser bastante sincero para lo malo y para lo bueno: se mostraba tan compungido que aquello no podía ser más que un caso real, lo que lo convertía en algo bueno para nosotros, sobre todo para mí como coordinador, y en algo malo para él, al ser el protagonista sufriente de la historia.

Como no quería ni adelantarme a lo que él mismo quisiera exponer ni tampoco zancadillearle en su exposición, he tenido a bien reservarme para cuando hubiese acabado de hablar.

—No voy a entrar en detalles porque no soy de esa clase de tíos —ha continuado narrando—. Estar con ella ha sido, y es, como estar con cualquier otra chica: hemos tenido momentos malos y momentos buenos pero supongo que si continuamos viéndonos es porque lo bueno ha podido con lo malo.
—También supongo que si estás aquí es porque esa relación, a pesar de haber ido bien, no es del todo satisfactoria —he dicho yo saltándome a la torera el mandamiento de no interferir que me he impuesto a mí mismo.
—Claro —ha reconocido Javier—. Y ya imagino lo que estaréis pensando, de hecho lo sé porque siempre me pasa lo mismo con las pocas personas a las que se lo he contado: estás mal de la cabeza, eres un enfermo, anda que no habrá tías en el mundo para estar con tu prima, os van a salir los hijos tontos, etcétera, etcétera. Pero no es eso por lo que estoy aquí. Lo hecho, hecho está y no existe una máquina del tiempo para retroceder y reparar los tropiezos que todos hemos dado.
—Si existiera cometeríamos otros —ha participado Silvia, tirando de tópicos.
—O los mismos, vete tú a saber —ha dicho Marisa.
—Yo creo que si tuviésemos la oportunidad de dar marcha atrás para arrancar desde cero ya no podría considerarse que estamos reparando los errores cometidos sino que directamente estaríamos borrando toda nuestra vida anterior para reescribirla desde el punto de partida —ha querido añadir yo, obteniendo a cambio silencio y miradas de descrédito.

He echado en falta el canto de los grillos.

Por fortuna, Javier ha sabido pasar la página y continuar con su relato.

—Como decía, todo ha ido bien entre nosotros. Dentro de lo que cabe. Hemos pasado años viéndonos en secreto y cuando tienes 12 años puede ser algo divertido pero cuando tienes 20 se convierte en un suplicio porque te guían las hormonas. Para cuando vas a cumplir 27, la cosa adquiere tintes absurdos: con casi 30 tacos escondiéndonos del mundo para poder estar juntos. Increíble.

No era mi propósito echar por tierra su postura pero, por lo menos de primeras, no me parecía demasiado normal mantener relaciones con un familiar y que la sociedad diese el visto bueno. Lo mínimo es llevarlo con discreción. En mi caso, no es que condenase relaciones de ese estilo, más por encontrarme entre las cuatro paredes del aula y por la apertura de mente con la que me estaban obsequiando aquellas reuniones que por comprenderlas y aceptarlas. En cualquier caso, antes de dictar un juicio apresurado me aseguré de que estábamos hablando esencialmente de sexo.
—Sexo con amor, sí —ha sido la respuesta de Javier, respuesta que me ha desbaratado los planes que yo ya había esbozado.
—Todos queremos a nuestros familiares, entiendo que es a ese amor al que te refieres, ¿o me equivoco? —he vuelto a preguntarle para asegurarme de que estábamos en el mismo punto.
—Por ella siento un amor tan grande como para acostarme con ella  —ha zanjado Javier, algo que me ha sido de utilidad para admitir que evidentemente no estábamos en el mismo punto—. Sé que es muy extraño y que os costará asumir lo que estáis oyendo pero es que nos queremos, estamos enamorados. Y sí, se quiere a cualquier familiar, a unos más, a otros menos, pero nunca llegarías a acostarte con uno de ellos, ¿no? Es por eso por lo que esto es distinto.

Eso por descontado, he pensado para mis adentros.

Lo que comenzó como un juego infantil, el trascurso del tiempo lo convirtió en un vínculo emocional y carnal.

—Por si os estáis preguntando si hemos estado con más gente, la respuesta es no —se ha adelantado a aclarar Javier—. Y eso nos ha costado ganarnos el apelativo de la monja y el cura entre la gente que no sabe lo que hay. Encima, siendo primos, las reuniones familiares siempre han sido un cachondeo. Pero bueno, mejor que piensen que somos unos mojigatos a que se enteren de la verdad.
—Te agradezco que hayas confiado en nosotros para hablarnos con tanta franqueza —le he empezado a decir yo—, pero no hacía falta que entrases en detalles…
—Hombre, es una historia curiosa —ha participado Jacobo.
— ¿Está buena tu prima o qué? —ha querido saber Jordi.
— ¿Y a ti qué más te da? Si a ti todo lo que no tenga pito no te mola —le ha reprendido Joselu.
—No empecemos —les he dejado caer yo.
— ¿Es delgada o está jamona? —ha intervenido Joaquín.
—Siento que hayas tenido que descubrir así los problemas de tus compañeros —me he disculpado ante Javier.

—Dices que nunca habéis estado con otras personas —ha dicho entonces Marisa—. ¿Eso significa que perdisteis la virginidad el uno con el otro?
No tienes por qué contestar, Javier. No tienes por qué contestar Javier.
Javier es incapaz de leerme la mente y contesta a la cuestión planteada. Y lo ha hecho con total naturalidad, incluso con la frente alta, diría yo.
—Por supuesto. Nunca hemos estado con otras personas —ha contestado.
— ¿Te alegra que haya sido de esa manera? —me he atrevido a indagar, anhelando no meter la pata—. Si das por hecho que tu relación con tu prima no es, lo que se dice, convencional, que todo el mundo que lo sabe te dice cosas que te ofenden, pero a pesar de todo eso te sientes orgulloso de esa relación, no acabo de comprender qué es lo que te ha traído hasta aquí.

Javier se ha frotado las manos, tal vez sudadas si es que imitaban a su frente y al resto de su cara, ha carraspeado, ha hecho un par de intentonas antes de soltar una palabra y cuando se ha visto preparado, sólo entonces, ha dejado caer la bomba.
—La he dejado embarazada.

No he sabido que decirle.

Yo era el único que tenía la obligación profesional de decirle algo, aunque hubiesen sido las frases más banales del mundo que ya habría tiempo de repararlas o adornarlas, y ni por esas he conseguido articular sonido inteligible. Me he quedado con la boca entreabierta, como una parte del respetable público que me acompañaba, una mínima parte también es cierto, un sector conformado en exclusiva por Marisa y Silvia. El flanco masculino, los más jóvenes, se han entretenido riéndose, dándose codazos e intercambiando comentarios que se ajustaban al pie de la letra con las reacciones que el mismo Javier ya nos había adelantado que se sucedían cuando la gente se enteraba de su relación incestuosa.

No he sabido que decirle. Y mi mudez se ha extendido tanto que la reunión ha finalizado, todos los asistentes, excepto Javier y las chicas, se han puesto de pie y se han largado. El aula se ha vaciado. Nos hemos quedado solos. 

Le diría que no pasa nada, que le puede pasar a cualquiera cuando yo no conozco a nadie, y posiblemente no conozca nunca a nadie más, que esté en su misma situación, que se encuentre en su misma situación. 

Le diría que hay soluciones para solventar el desaguisado, que no desespere ni pierda la paciencia.

Pero lo cierto es que no he encontrado nada sensato que decirle salvo lo que le he terminado diciendo.

— ¿Habéis pensado en el aborto?

Me hubiese ido mejor estando callado.

En mi favor he de decir que no he tardado demasiado en darme cuenta de que no debería haber abierto el pico. Me ha bastado ver las caras que ponían las chicas al escuchar lo que había dicho para saber que el problema no era el futuro del bebé que venía en camino sino la aceptación de ese bebé así como de la relación de la que era fruto, asunto que si no iba a ser imposible de sobrellevar, sí que iba a suponer un enorme esfuerzo por parte de los conocidos, de los amigos y, sobre todo, de los familiares de Javier y su prima.

—Esto sí que no me lo esperaba —he atinado a decir después, buscando un ligero desahogo, ya sin pretensiones ni esperanzas de echarle una mano al perjudicado, que me ha mirado suplicándome al mismo nivel disculpas y auxilio.

Ha sido entonces cuando me ha resarcido de la tontería que había dicho sobre el aborto, ha sido justo ahí cuando he comprendido el alcance del problema, problemón, del caso, cuando al fin he captado que lo de abortar no entra en sus planes y no por oponerse moralmente a ello ni porque no quieran hacerlo por el riesgo de salud que entraña para la madre.

—Queremos tenerlo —ha rematado él entre gimoteos y lágrimas, redundando.
Lejos de volver a enmudecer, he decidido ofrecerle un consejo, aunque no le supusiese ninguna ayuda.
—Creo que tu caso ha sobrepasado mis competencias —he empezado a decirle—, y además siento que estás muy afectado, y a la vez hay implicada otra persona —Sin contar a la que todavía está por nacer—, por lo que soy incapaz de decirte nada que pueda ayudarte a salir de donde estás, estáis, aparte de remitirte a algún especialista. No me atrevo a decirte nada porque es un caso bastante especial.

Por no decir grave. Por no decir jodido.

— ¿Qué clase de especialista? —se ha interesado el propio Javier.
—Si tanto tú como tú… chica estáis atravesando un temporal, no os vendría mal acudir a un psicólogo para que os haga la vida un poco más fácil —he argumentado yo—. De todas maneras, yo primero haría otra cosa.

Javier, también las chicas, han aguardado con desconcierto y expectación mi propuesta. Sin embargo, creo que les he decepcionado. 

—Contárselo a vuestra familia.

Me han mirado, no ya con confusión, sino como si hubiese perdido la chaveta.

—El asunto es ya complicado de por sí. ¿De verdad creéis que podéis seguir jugando a los secretitos? ¿En vuestro estado? —he insistido—. Como veáis, vosotros decidís, sólo es un consejo. Desde luego, no es que confesar os vaya a suponer un bálsamo reparador, tenedlo muy claro, pero al menos le haréis frente al conflicto con un poco menos de peso sobre los hombros. Por supuesto, lo primero que se me pasa por la cabeza al oír el lío en el que estáis metidos es que no abráis la boca, que ella aborte y paséis página tan rápido como podáis.
—Y cuando dice pasar página, está hablando de que dejéis de acostaros —ha concluido Marisa en mi lugar.
He asentido, dándole la razón a la mujer.
—Sé de lo que hablo y sé bien que estarás pasándolas putas pero tenéis que romper —ha seguido hablando Marisa—. Eso no es vida. Los dos podríais estar con otras personas, haciendo una vida normal, sin esconderos de nadie, siendo felices y prosperando.
—No vas a tener nada de eso con tu prima, imagino que ya te habrás dado cuenta —ha colaborado Silvia.
—Puede ser crudo, Javier, pero es lo menos crudo a lo que tienes que enfrentarte ahora mismo —le he dicho yo—. Quizás pienses que no es el momento pero tampoco es el peor momento para comenzar a hacerse a la idea. Y no es que sea lo primero que tienes que hacer, obviamente tienes tareas pendientes que urgen más, pero tarde o temprano tendrás que hacerlo, aunque sea en último lugar, cuando resolváis todo lo demás.
—Pero yo la quiero, nos queremos ¿cómo vamos a dejarlo?
—Pues porque una cosa es mantener una relación en secreto durante años y otra muy distinta ocultar a un recién nacido. Y el embarazo. ¿Tienes pensado cómo vais a llevar el embarazo? ¿Lo ha pensado tu prima? Si no tiene novio conocido, ¿cómo se lo tomará su familia, que es la tuya también? Asúmelo, el tema se os ha ido de las manos, y no entro ya en condenas morales ni prejuicios ni nada por el estilo, pero es que, aunque solamente sea por el terremoto que en toda pareja supone la llegada de un hijo, nunca vais a estar igual que antes. Fuese divertido o una locura, ya he dicho que no voy a entrar a cuestionar ni a valorar nada, debió acabar hace mucho.
—Tienes que dar el paso —me ha apoyado Silvia.
—Tienes que tener eso claro antes de plantarle cara a todo lo demás —ha dicho Marisa.
—Después, tú, vosotros mejor dicho, decidís que hacéis con el bebé —he proseguido— pero uno de los puntos a tratar, el último si así lo prefieres, cuando estéis viendo como lo hacéis público, es dar por terminada la relación.

El juego de niños ha acabado. Con casi 30 años, no ha estado mal. Bastante ha durado.

—No sé por dónde meter la cabeza —ha dicho Javier, enjugándose los párpados con un pañuelo de papel que le ha ofrecido Silvia.
—Tienes que sacar la cabeza —le he corregido yo— y luego empezar a vivir. Siempre vais a ser primos, ¿no? Tendréis que aprender a quereros como lo que sois, como dos familiares.
— ¿Y lo del embarazo? —me ha preguntado Javier, desmoronándose de nuevo.

Todo lo que he podido contestarle ha sido una mueca. 

Y encogerme de hombros.

Se escapa de mis competencias. Se me escapa por completo.


SIGUIENTE CAPÍTULO: JOTA día 4




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