JOSELU

Estaba conectado con Joaquín y al mismo tiempo con Jordi, lo que me ha hecho pensar si no estaremos, o estarán, todos cortados por el mismo patrón y sea el destino el que nos esculpe a cada cual de una manera distinta, aun conservando similitudes que no permiten que nos acabemos de separar del todo. No lo sé. Es simplemente una teoría. 

Tal vez hasta una teoría simple.

Joselu ha entrado al compás que Javier y ambos han llegado en mitad del debate con Jordi. Ellos mismos han decidido esperar a que terminásemos el debate para pasar al aula. Ha sido Javier quien ha accedido a que su compañero fuese el primero en empezar. Ahora, cuando ya sé de qué pie cojean tanto el uno como otro, sigo sin ser capaz de decir si hubiese preferido que empezasen en el orden contrario o tal como ha ocurrido. No sé decantarme. 

Tampoco sé si hubiese podido mitigar el impacto que, al menos personalmente, han producido los testimonios y las personalidades de los últimos miembros en unirse a nosotros.

De igual forma que el problema de Joselu era parecido a alguno de los sufridos por sus compañeros, el chico, rondando la edad media de la sala, me recordó a otro de los integrantes apenas abrió la boca aunque, volviendo a mi hipótesis de que nacemos de la misma madre, la cual no permite que cortemos nuestros vínculos, y la vida nos pule, con las diferencias bien marcadas y resaltadas.

Porque Joselu podía guardar semejanzas con Jordi, semejanzas y contradicciones, pero el primero estaba tan alejado del segundo que casi podía decirse que eran polos opuestos.

Y sin embargo se repelían.

—Soy José Luis. Joselu. Y he venido porque me enteré de lo de las reuniones y tal y, nada, aquí estoy, a ver si todo esto me sirve para algo.
—Eso espero yo también. Bienvenido Joselu —lo he saludado, todavía sin olerme la tostada—. Vamos a hacer una cosa. Como somos demasiados y no vamos a empezar desde el principio otra vez, quiero que cada uno exponga en un par de frases por qué está aquí para que Joselu y Javier os conozcan y se animen a contarnos su historia.

El grupo ha seguido mis directrices, se ha puesto de acuerdo con presteza estableciendo un orden en el que presentarse y se han lanzado a ello.

Todo ha salido genial; me ha alegrado mucho ver que todos hacían gala de una madurez hasta entonces tapada para hablar, resumir y respetar el turno de palabra de sus compañeros. 

Hasta que ha llegado el turno de Jordi y la alegría se ha disipado de un bofetón. 

Un bofetón que, como ya he dicho, no sé si los demás también han sentido, pero que, a mi desde luego, me ha hecho volver la cara para no recibir otro en la otra mejilla. Y el incendio ha sido provocado por una palabra, una sola palabra ha bastado para quemarme la tostada. No obstante, he querido aparentar que nada había pasado, como si nada fuese a pasar después.

La palabra ha sido maricón.

Nadie ha ignorado el comentario de Joselu, ni siquiera el aludido, quien me ha mirado buscando que le diese pie a explicarse en profundidad, ayuda que le he denegado, más por no rociar con combustible el fuego que por no ser solidario con él. 

Y dudo mucho que nadie haya podido obviar tampoco el desdén con el que aquellas siete letras habían sido escupidas por Joselu.

—Digamos que me cuesta fijarme en chicas que no sean de razas distintas a la mía —ha revelado Joselu.
—Es curioso porque a Joaquín le sucede algo parecido, como ya lo habrás escuchado —le he hecho saber de inmediato.

Luego he tomado aire con calma, sin dejar que los nervios se apoderasen de mí, sin permitir que las malas vibraciones se hiciesen con la reunión y derribasen lo levantado hasta el momento. Una vez que he considerado que estaba preparado para hacer el nuevo comentario, he soltado el aire lentamente y he dejado que las palabras hablasen por mí.
—Y también lo que nos ha contado Jordi podría tener que ver con lo que nos cuentas tú —he dicho.

La mirada que me ha lanzado entonces Joselu me ha restado años de vida. Lo tengo clarísimo; muy poca gente, por no decir nadie, me ha mirado con tanto odio. Y aún debo estar agradecido porque me ha mirado después de mirar a Jordi, al que directamente, y por desgracia, ha fulminado con los ojos.

Tras la mirada no ha habido nada más: ni un comentario con el que alejarse de la comparación, ni un chisteo con el que disentir y menoscabar mi aportación, ni siquiera una segunda mirada con la que ahondar en el desprecio mostrado a Jordi y a su afición.

Nada.

Y siendo honesto, creo que ha sido lo mejor.

Dejando de lado el pequeño bache sin abandonarlo del todo, Joselu ha seguido contándonos.
—Siempre he tenido novias de aquí, españolas quiero decir, todas blancas y tal. Pero no sé qué coño me habrá pasado de un tiempo para acá que no me fijo más que en extranjeras.
— ¿Eso te supone un problema? —le he planteado, regodeándome en la ventaja que siempre he obtenido realizando dicha pregunta y quedándome en calzoncillos por adelantarme a la respuesta.
—Hombre, pues bastante —ha contestado el chico.
—Vaya, ¿y por qué es un problema que te gusten las chicas extranjeras? —he balbuceado al tener que preguntarle de nuevo.
—Pues es un problema porque nunca me han gustado. Por eso no sé a qué viene esto, así de repente y sin explicación lógica.
—Alguna explicación tendrá. Seguro —he dicho yo.
—Pero es que yo tengo unos principios, unas ideas, y lo de andar por ahí babeando por tías que no son de aquí pues como que no encaja con lo que pienso.
—Todos, en mayor o en menor medida, tenemos prototipos y parámetros a la hora de sentirnos atraídos por alguien. Pero son sólo eso, reglas que, como todas, están para romperse. Y, amigo mío, parece ser que las reglas en estos ámbitos, el amor y el sexo, son más frágiles que todas las demás y se rompen con una facilidad pasmosa. Tus propios compañeros te lo pueden demostrar. No eres el primero que comienza diciendo eso de siempre me habían gustado tal y ahora me gusta cual.

¿Me atrevería a dar el paso de volver a mentar a Jordi?

—Como te he dicho antes, Jordi es un chico heterosexual al que jamás se le había pasado por la cabeza tener nada con otro chico y los acontecimientos mismos se han encargado de borrarle sus esquemas.

El paso ha sido dado.

Que fuese para proseguir la marcha sobre firme o sobre el vacío, no dependía ya de mi forma de caminar.

Por temor a su reacción he decidido agregar algo que, ya intuyendo los principios y las ideas a los que se refería Joselu, quizás sería útil para que empezase a ver a Jordi con otros ojos.
—Fíjate si esos ideales son frágiles que Jordi no siente precisamente predilección por los chicos homosexuales —he dicho, tirando los dados, con los ojos del mencionado clavados en mí como si estuviéramos frente a la jaula de los leones, él fuese fóbico a los leones y yo le hubiera empujado dentro de la jaula al mismo tiempo que le decía que era el ejercicio más adecuado para liberarle de su fobia.

Nuevamente la mirada reprobatoria de Joselu ha relucido con toda su intensidad.

—Hasta que los hechos le demostraron que estaba equivocado en su postura, ciertamente reprobable, radical y confundida —he querido añadir después, rizando el rizo.
—Pero entonces, ¿es maricón o no? —ha querido saber Joselu, haciendo patente su repulsa, preguntándome a mí, mirándolo a él.
—Puedes contestarle tú mismo —he animado a Jordi, situándolo frente las fauces de la fiera, por más que estuviera suplicándome que lo sacara de la jaula.
—No soy maricón —ha dicho Jordi, sin titubear.
—Pero follas con tíos —le ha rebatido Joselu.
—Nunca he follado con tíos porque me da asco hacerlo por el culo incluso con tías. He tenido “algo” con otros tíos pero de ahí no pasó. Ni pasaré.
—Vamos, que eres un maricón sin carnet —le ha vuelto a discutir Joselu, algo que me ha vuelto a obligar a pronunciarme.
—Verás, estas reuniones siguen una pauta muy básica y sencilla y es que si quieres que te ayudemos tú tienes que ayudar a los demás —he comenzado a decirle a Joselu—. Y todo, absolutamente todo lo que se diga aquí debe ser respetado, lo diga quien lo diga y por más que nos parezca una locura o nos haga gracia o lo que sea. Si no puedes acatar las normas que hay impuestas pues te marchas sin ningún problema.
— ¿Pero es que a vosotros os parece que tiene sentido que diga que no es marica y esté por ahí comiendo rabos? —ha porfiado Joselu.
—Tampoco estamos para cuestionar lo que hace cada uno fuera de estas paredes —he matizado—. Y en cualquier caso, haga lo que haga, la causa por la que acuden a estas reuniones les hace desdichados y en algunos casos quieren dejar de hacerlo y vienen aquí buscando ayuda para dejar de hacerlo. Porque necesitan ayuda. Tanto tú, como los que te rodean, como yo mismo, estamos aquí para colaborar a que se sienta mejor o a que deje de hacer eso que le hace sentir mal.

Silencio. Miradas más serenas. 

Al menos le he ganado un asalto a Joselu y parece que ha dejado en paz al maltrecho Jordi.

—En lo que respecta a ti, ¿qué? ¿Has acudido a nosotros buscando una salida o tan sólo un poco de chapa y pintura? —le he preguntado a Joselu después.
Marisa, quién si no, se le ha adelantado y ha puesto al descubierto la verdadera cara del penúltimo en sumarse a nuestra causa.
—Está claro que necesita una salida. ¿No ves que es un racista de cuidado? —ha dicho la mujer.
—Yo no soy racista ­—se ha opuesto el aludido.
—No. Eres racista y homófobo —le ha discutido ella.
—Homófobo y xenófobo —ha colaborado Silvia.
— ¡Qué no soy nada! Otra cosa es que no me hayan gustado nunca las extranjeras y ahora me gusten, pero no soy xenófobo.
— ¿Estás seguro? —le he planteado yo con todo el tiento del mundo—. Te lo pregunto sin acritud, que conste, pero tal como has afirmado que antes no te atraían chicas de otras razas y ahora sí, se diría que no es que sólo el hecho en sí te provoque incomodidad por lo novedoso y lo repentino y lo poco que encaja con tus gustos de siempre, sino que hay algo más profundo, más serio, como si tuvieras prohibido, no sé si por ti mismo, fijarte en una chica que no fuese de tu país, blanca y todo eso, ya sabes. Quizás todo lo que te pasa es que te sientes frustrado por no haber podido contener algo que, por otra parte, ni tiene sentido que contengas ni puedes lograr contener porque eres humano. Sea como sea, ya te he dicho que aquí estamos para respetar todo lo que se exponga en público, no vamos a reprocharte nada ni vamos a lavarte el cerebro. De todas formas, dime, ¿consideras que sientes prejuicios contra razas distintas a la tuya?

Joselu ha narrado entonces una historia de argumentos cazados con pinzas de aquí y de allá, tal vez de sus mayores o de amigos un tanto más informados pero a los que se les da igual de mal que a él elegir con que fragmentos de las noticias se quedan, interpretan y repiten; una historia con la que ha puesto a caldo a la inmigración, el gran problema de este país, así como a los simpatizantes de izquierda y, cómo no, a los homosexuales.
—Pues menos mal que no eras racista —ha dicho Silvia cuando ha concluido su discurso.
—Pero si luego le ponen las que no son españolas —ha vuelto a participar Marisa—. Chico, espabila, que no se puede estar en misa y repicando. O eres racista o te gustan las extranjeras.
—Bueno, tenemos también el caso de Jordi, que mal que te pese, Joselu, tiene bastante que ver con el tuyo —he corrido a intervenir yo­—: es evidente que no sentís demasiada simpatía por ciertos colectivos sociales, tan poco que os posicionáis en contra de ellos, pero a la hora de la verdad existe algo que os une a ellos.
—Qué cojones me va a unir a mí con ese marica —ha protestado Joselu.
—No he dicho eso. He dicho que los dos coincidís en que él siente tantos prejuicios contra los gais como tú contra…
—Todo —me ha interrumpido Silvia.
—Contra los colectivos que has mencionado —he zanjado yo—. Y pese a vuestros prejuicios, mantenéis relaciones con las mismas personas que os producen… Bueno, lo que sea que os producen. No voy a entrar en esos terrenos porque agotaríamos el tiempo y dudo mucho que salierais de aquí opinando de otro modo —he concluido.
— ¿Y cómo las prefieres? ¿Negras, chinas, moras? —le ha preguntado Marisa, un tanto jocosa.
—Joder, pero siendo un racista como la copa de un pino, ¿cómo te lo montas para ligar? —ha querido averiguar Silvia.

Desconozco si a las mujeres del grupo les toca más sensiblemente este tema o es que estaban de buen ánimo, pero han sido las únicas en abordar a Joselu. Los chicos, para no faltar a la costumbre, parecían distraídos y ajenos a lo que se discutía delante de sus narices. Ni siquiera Jordi se mostraba atento al 100% por más que estuviese mucho más implicado que cualquiera de los demás.

No he querido pararme a darle vueltas a dicho detalle. En lugar de eso me he lanzado a preguntarle a Joselu un par de dudas que me había provocado su caso.

— ¿Te rodeas de personas que piensan como tú?
Primera cuestión.
—Más o menos. Algunos son peores que yo.
— ¿Peores en qué sentido? —he querido saber.
— ¿De los que van por ahí pegándoles palizas a las personas que no son de su agrado? —le ha preguntado Silvia, visiblemente mosqueada.
—No, joder, tanto como eso no, pero sí que son más radicales que yo.
— ¿Todos tenéis la misma edad?
—Más o menos. Yo tengo 22 y el más mayor 24 o así.
—Y dices que algunos de ellos son más radicales. ¿Tan radicales como para que tengas que ocultarles que te atraen las chicas extranjeras?
Segunda pregunta de la ronda.
—Claro. Por eso he venido.
—Porque no pueden enterarse de que te gustan chicas que no te deben gustar.
—Porque no deben gustarme las chicas que me gustan —me ha corregido Joselu.
—Si no es demasiada curiosidad me gustaría saber cómo haces para ligar delante de tus amigos. Supongo que o eres el rey de la discreción o en su presencia te limitas a no ligar.
—No ligo con las que me gustaría ligar —ha respondido el chico—. Voy a por chicas normales y ya está.
—Chicas normales dice, vaya tela… —ha murmurado Silvia, callándose en cuanto se lo he pedido.
—De manera que sólo ligas con las que te gustan cuando ellos no están. ¿Usas algún método concreto para quedar con ellas?
—Suelo usar internet. Chats y eso.
—Si encima le dará corte estar cara a cara con las chicas “no normales” —ha vuelto a decir Marisa.
— ¿Qué tienes que decir a eso? ¿Te sientes cómodo en el tú a tú con chicas extranjeras o prefieres hacerlo a través de una pantalla de ordenador? —le he trasladado la apostilla de Marisa.
—Mejor por el ordenador.
—Lo que yo decía —ha dicho Marisa entre dientes.
—Pues lamento decírtelo, aunque más lamento que pienses como piensas, pero hemos vuelto a dar con un lazo que te une a Jordi: ambos recurrís a internet para ligar con quien de verdad os gusta.
—A ver, que a mí me gustan las tías, ¿eh? —ha dicho Jordi en su primera intervención tras mucho tiempo.
Me he disculpado y al instante he puntualizado mis palabras.
—Los dos recurrís a internet para ligar con quien sentís que no debéis ligar —he dicho.

Diría que los dos también tienen en común que están obcecados en un planteamiento que no pueden, o no quieren, cumplir. A lo mejor su subconsciente les está mandando señales que no aciertan a descifrar, y uno anda pavoneándose delante de las chicas cuando en realidad siente una singular predilección por un atributo físico de su mismo género y el otro es un fiel defensor de su raza mientras que prefiere relacionarse íntimamente con razas diferentes a la suya. Quizás las señales se las esté mandando el destino, la vida, el karma, la razón, el inconsciente o yo qué carajo sé, pero están tan errados en sus posiciones y tan anclados en ellas que me va a costar mucho esfuerzo conseguir que vean que lo están y que además están anclados en un muelle construido de papel mojado.

No sé si conseguiré dar con la tecla que Jordi necesita que le pulsen para que se desvíe del todo o si por el contrario apretaré la que la haga seguir por su lado hetero. 

Tampoco sé qué pasará con Joselu ni si sus ideas estarán bien amarradas a su cerebro o si librarle de ellas será tan sencillo como cortar por lo sano: un par de sopapos de realidad y listo.

Tal vez los sopapos le vendrían bien a Jordi. Y alguno más. Quién sabe si a la mayoría de los participantes a los que tengo que moderar.

Si de verdad los lastra un papel mojado, a los dos últimos personajes y a los anteriores, todo debería ser tan fácil como quitarle un caramelo a un niño. Y es que, comparado con ellos, yo soy todo un adulto.

Ellos sólo son niños.

Sus manos, repletas de caramelos.


SIGUIENTE CAPÍTULO: JAVIER



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