lunes, 17 de marzo de 2014

JOTA: día 1

— ¿Adictos al sexo?
—No. Personas con dificultades para llevar una sexualidad plena.

Aquella puntualización me descolocó aún más. Sin embargo, después de la encerrona que me había reservado Lolo, uno de los pocos amigos que conservaba de la infancia, pormenores como ese me importaban bastante poco. 
Me había inscrito sin consultármelo como coordinador de reuniones de personas con problemas sexuales, quiero decir, personas con dificultades para llevar una sexualidad plena. Vamos, que se había inscrito él pero que por un cúmulo de circunstancias le era totalmente imposible acudir y había pensado en mí para sustituirle ya que tenía libre esa franja, de 18:30 a 20:00 lunes y miércoles, y siempre estaba dispuesto a hacerle un favor a un colega.

Me lo soltó de sopetón, a traición, acorralándome, sin concederme margen alguno para recular, justo en ese instante en el que no hay más solución que ir hacia adelante aunque sea para darte de morros contra una pared.

Una locura.

No puse objeciones. Era una locura pero no me negué. Fueron tales las suplicas con las que Lolo me asaltó que mi corazón no pudo resistirlo y consentí que se aprovechara de mi docilidad. Una vez más. 

Pero no le encontraba sentido por más vueltas que le diese, insisto. No es que me resultase extraño que alguien como yo, desconocedor total en lo que el trato a aquejados con cualquier tipo de carencias se refiere carencias, disfunciones, conflictos o como quisiera llamarlo mi amigo fuese quien se encargara de atender a aquellas personas y les procurara algún consejo, sino que me parecía  igual de desproporcionado que Lolo se ocupase de ellos pues ni lo veía preparado ni sabía que estuviese interesado en esos temas. Por decirlo sin ambages: no sabía qué carajo pintaba allí, coordinando nada. De acuerdo que era un trabajo como otro cualquiera pero quería pensar que era un puesto para el que se necesitaba cierta sensibilidad profesional o cuanto menos una titulación universitaria.  

El caso es que Lolo me había abordado empuñando una espada, empujado contra la pared y en su lugar, y en su primer día, tendría que ir yo por él. Sin más vuelta de hoja.

Sin dejar de pensar en la cuestión no podía entender como los interesados en presentarse a aquellas reuniones no habrían optado por ir a la consulta de algún especialista: sexólogos, psicólogos, urólogos, ginecólogos, etcétera. Por supuesto, no desestimé la posibilidad de que ya lo hubiesen hecho y no habiendo quedado conformes prefiriesen una nueva alternativa. La cabeza se me llenó entonces de escenas de películas donde aparecían reuniones de adictos anónimos, intercambiando sus relatos con el resto del grupo, moderados por alguien no siempre entregado a la causa.

Según me explicó mi amigo, las personas que normalmente se apuntaban conformaban un amplio abanico de dificultades para mantener relaciones íntimas satisfactorias, cada cual con su conflicto particular, con frecuencia un conflicto original y demasiado a menudo, exclusivo. Y ya no supe que pensar. Porque mis conocimientos acerca de las complicaciones en esos ámbitos arrancaban con la satiriasis y con la ninfomanía y acababan en la falta de libido y en la disfunción eréctil. Poco más. Nunca podía imaginarme que la gente sufriese trabas alejadas de esos cuatro trastornos.
Así, rebanándome los sesos de forma infructífera, la única conclusión certera que obtuve fue que no sabía qué me iba a encontrar durante mi primer día de coordinador, que llegó como llegan los acontecimientos que se quieren evitar a toda costa: sigilosa y rápidamente, con el ímpetu de un huracán, al que se presiente varias jornadas antes de su aterrizaje.

En un alarde de falsa valentía, hoy, el día clave, situado ya en el terreno de juego, me he atrevido a pronosticar que no acudiría nadie, que la gente continuaba siendo muy pudorosa para airear ciertos trapos, que todo aquello olía a cursillo cutre, ubicado en un aula fría en desuso, aislados del resto de la humanidad como apestados, como si fuésemos, me incluyo como uno más, víctimas de una plaga tremendamente contagiosa. Y para colmo contando con un moderador introducido con calzador y casi a la fuerza.

Me ha faltado muy poco para acertar: el espacio donde tendrán lugar las reuniones forma parte de un colegio y apesta a cerrado, a moho y a polvo hasta con las ventanas abiertas de par en par.

En la sesión de apertura, que ha finalizado hace apenas unas horas, tan sólo he recibido la visita de dos personas, dos chicas, con problemas que he considerado relacionados entre sí, tal vez porque el amor es un elemento importante en sus historias, sino es el elemento de mayor peso, así que también puedo considerar que he acertado en eso.

Precisamente el amor ha sido lo que me ha llevado a pensar que tanto la una como la otra se han equivocado de terapia.

—Entiendo vuestras situaciones pero esto está más enfocado a gente con problemas de carácter sexual y no sé si el amor… —les he hecho saber de inmediato para que no se entretuvieran en perder su tiempo.

—Da igual. Necesito hablar con alguien —han dicho las dos, prácticamente al unísono, casi con las mismas palabras.

Sus nombres son Marisa y Silvia. Bueno, esto no es del todo cierto porque ya que he decidido contar sus historias he cambiado los nombres de todos los protagonistas.

Yo soy Jota pero mi nombre ni siquiera empieza por esa letra. Y Lolo tampoco se llama Lolo.


SIGUIENTE CAPÍTULO: MARISA




928b2435-122a-323c-b29a-b6ff06ed8c89