Mientras esperábamos a que la cuadrilla aumentara decidimos empezar la
reunión por aquello de aprovechar el escaso tiempo con el que contábamos.
Justo como habíamos planeado, el cuarto en discordia se tiró a la piscina,
eso sí, después de pensárselo mucho.
—Me llamo Julio y la tengo pequeña.
El nombre es falso y la medida, que supongo que es auténtica, y que hace
que el chico de nombre falso afirme que la tiene pequeña, son 12 centímetros. Tanta
precisión me ha asombrado. Supongo que lo de medírsela es bastante más común de
lo que pensaba.
— ¿En posición de ataque? —ha querido saber Marisa.
— ¿Cómo? —ha dicho Julio.
—Empalmado —ha puntualizado la primera en llegar, alzando el brazo izquierdo
con el puño cerrado, con un desenfado que me ha sorprendido y esperanzado al
mismo tiempo.
—Sí, sí, empalmado, sí —ha dicho Julio, agachando la cabeza, invadido por
el rubor.
Marisa ha hecho una mueca de despreocupación. Silvia por su parte ha
encogido los hombros y ha sonreído, lo cual me ha puesto en alerta. Después, ha
agachado la mirada y se ha puesto a observar el movimiento de sus pies.
—Tampoco es tan pequeña —ha dicho en dirección al suelo—. Me parece que es
normal. No sé en cuánto está la media pero por ahí andaba, creo recordar.
—Si lo que importa es que todo funcione bien y son muchas piezas
las que tienen que funcionar, esa es solamente una más, por muy esencial que
sea —ha colaborado otra vez Marisa.
— ¿Has tenido algún problema alguna vez, aunque no tenga relación con el
tamaño? —he preguntado yo.
—No, bueno, aparte del gatillazo que todos hemos podido tener alguna vez,
nada —ha contestado Julio.
— ¿Nada más? Entonces no sé… ¿Alguna chica se ha quejado o algo así? —he
vuelto a plantearle.
—Ahí está la gracia. Que hasta hace unos días ninguna me había dicho nada.
Todas lo veían normal, como dice ella —ha relatado el chico, señalando a
Silvia, que ha levantado los ojos al ser mentada.
Nuestro fichaje más reciente ha relatado que había conocido a una chica en un bar hacía un par de fines de semanas, que se habían gustado, que se habían enrollado y que habían ido a su casa para echar un polvo. Julio lo ha contado tan literalmente como lo estoy escribiendo. El caso es que cuando él se quitó el pantalón y los calzoncillos, ella se quedó embelesada mirándole los bajos.
—Inspeccionándomelos, mejor dicho —ha matizado el chico—. Tan sólo le
faltaba la lupa —ha añadido después, con palpable fastidio.
No contenta con eso, la chica comenzó a reírse y a tocársela con desdén,
como si fuera un artilugio de plástico frío sin una persona detrás. Finalmente
le preguntó, entre risas, que a dónde iba con una polla tan ridícula.
—Se vistió y se fue —dijo Julio—. Y es lo mejor que pudo pasar. Si después
me llega a decir que estaba de coña, la habría mandado a la mierda.
—Antes que nada quiero que tengas muy en cuenta que son cosas que pueden
pasarle a todo el mundo aunque no por eso tiene que ser lo que te vayas a
encontrar a partir de ahora de manera habitual —he corrido a decirle para que empezase
a alejarse del desánimo.
—A todo el mundo no le pasa, a los que la tienen grande, por ejemplo, no
creo que les pase —ha discutido el chico.
—A los que la tienen grande les pasarán otras cosas —ha dicho Silvia con
mucha resolución, ya con la mirada alzada.
—Para gustos los colores —ha dicho Marisa.
Tal vez sea una mera frase hecha, y detesto las frases hechas, pero me ha
parecido que Marisa llevaba razón. Por absurdo que pueda resultar las personas
tienen sus prototipos a la hora de sentirse atraídos por alguien. Lo peor es
hay gente que no sabe renunciar a eso por más años que cumplan y por mucho que
la vida les envié señales contrarias a su posicionamiento.
—Si nunca has tenido ningún problema no deberías tomártelo a la tremenda —le
he aconsejado—. Te has topado con la excepción. Seguramente has conocido a
muchas chicas y ninguna otra te ha dicho nada, es más, ni se habrán fijado
porque se lo habrán tomado con normalidad, que es como hay que tomárselo.
—Algunas hasta han repetido —ha afirmado entonces un orgulloso Julio.
— ¿Ves? Nunca nadie te ha dicho nada, tú estás contento, las chicas con las
que has estado también. Yo no veo ningún problema. Habrás tenido novias…
—Claro. Y el sexo siempre ha sido genial. Ni una sola queja. Unas veces
mejor y otras peor, como tú dices, pero
en general muy satisfactorio. Para los dos.
—Pues permítame que insista amigo pero no veo que tengas ningún problema. Estás
aquí, y lo agradezco, por una mala pasada que te jugó alguien sin demasiado
tacto, pero así es la vida. Antes decías que todos los hombres hemos sufrido
algún gatillazo. Esto es igual. Estamos tan tranquilos, todo está como siempre,
y de repente nos llevamos el palo: alguien se encarga de tocarnos la fibra, el
punto débil. Cosas que pasan. Por mucho que aprendamos a convivir con nuestros
defectos, o mejor dicho con esas partes de nuestro cuerpo o de nuestra
personalidad que no nos hacen sentir demasiado cómodos, no es sencillo sobreponerse
a una crítica destructiva.
—Mientras tú estés conforme, tío, no le des vueltas. Lo que importa no es
la cantidad si no la calidad.
La segunda frase hecha de la tarde fue pronunciada por Silvia.
Después la distensión copó el ambiente.
—Me acuesto con un señor que me saca casi 30 años. ¿Crees que el sexo es
fácil? —ha planteado Marisa ciertamente airada—. Pero no me río de él, ni lo menosprecio, es más, me gusta y por eso
tengo paciencia y tolero sus dificultades. Y, joder, que olvidándonos de edades
y demás, que ni los guapísimos o los que tienen cuerpazos son perfectos. Nadie
es perfecto. Nadie.
—La próxima frase hecha que escuche me hará estallar la cabeza —dije yo.
Risas.
—Me gustaría añadir, por si te han quedado dudas —comencé a decirle a Julio—,
que tampoco los que la tienen grande son perfectos.
Julio ha dicho que sí con la cabeza repetidamente.
—Bueno, Marisa ya ha desvelado algo de su historia —he seguido diciendo—.
¿Te apetece contarle a Julio por qué estás aquí? —le he preguntado después.
Julio ha escuchado la aventura de Marisa y el profesor. He aguardado unos segundos para darle margen a que diese su opinión o que al menos dijese algo, lo que fuese, pero ha preferido mantenerse en silencio.
Luego ha sido el turno de Silvia, que ha cosechado lo mismo que su
compañera.
Reparando en la actitud de Julio, le he recordado que podía participar
tanto como quisiera y que cualquier comentario sería bien recibido y serviría para
ayudar y avanzar. Me ha contestado con un escueto ya lo sé, para de inmediato cerrar el pico otra vez.
— ¿Qué edad tienes, Julio? —le he preguntado, ya con la mosca detrás de la
oreja.
—21 —ha respondido él.
Un chaval.
Probablemente con las direcciones marcadas en su mapa vital de forma
imprecisa, cuando no borrosa o incorrecta.
Un chaval. Indiferente, egoísta, superficial, perdido.
Un chaval. Indiferente, egoísta, superficial, perdido.
Quizás sea un juicio repentino y, valga la redundancia, injusto, pero es la
impresión que me ha dado al prestarse a hablar de sí mismo, cuestión que también
la ha sido extraída prácticamente a la fuerza, charlando con las chicas con
camaradería, para minutos más tarde, cruzarse de brazos ante problemas que le
son, y ojalá esté exagerando, completamente ajenos.
Todavía nos quedaba una hora por delante pero aquella reunión casi
improvisada y de tan escasa afluencia parecía haber llegado a su fin. Estaba
completamente convencido de ello hasta que unos cuantos golpecitos en el marco
de la puerta acudieron a salvarme por segunda vez.
—Buenas. ¿Es aquí lo de las reuniones del sexo? —ha preguntado un chico,
que de primeras me ha parecido aún más joven que Julio.
—Diría que sí pero por como lo planteas no sé si estás bien informado —he
respondido yo.
—Mi problema es que la tengo muy grande y quisiera tenerla normal —ha dicho
él de sopetón.
Jaime. El segundo miembro masculino a bordo. 18 años.
Otro chaval.
Otro chaval.
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