JORDI

A lo mejor todo es fruto de los prejuicios que la sociedad nos ha insertado sin que le concedamos nuestro beneplácito, engañándonos como a críos, tocándonos el hombro para que miremos hacia otro lado mientras ella va a lo suyo, pero desde un primer momento he notado que algo no funcionaba bien en Jordi. No quiero que mi afirmación lleve a errores: no digo, ni habiendo hablado con él durante largo rato, que el chico sea un bicho raro ni tampoco que le falte un hervor. Todo lo contrario. Parece un chico serio, maduro, sensato y responsable.

Y heterosexual.

—Lo soy —ha machacado después de ponernos al tanto de su peculiar filia.

Y es que habíamos sido envueltos por la corriente de las filias extravagantes, habíamos dado el paso hacia el abismo, que era como yo veía aquel tema, el paso que yo había temido tanto como sospechado que saldría a la luz antes o después; sabía que algún día se nos unirían puteros, toda clase de fetichistas, aficionados al sado, a la lluvia dorada o a cosas peores. Sabía que ese día llegaría y que nada podría hacer por esquivar a esas personas y a sus gustos.

Los gustos “raros”.

El gusto raro de Jordi reza así.

Es hetero, como se ha encargado de aseverar y de reafirmar él mismo, pero al mismo tiempo asegura que desde hace un tiempo, tiene 22 años y esto le viene pasando desde hace 2, siente una irremediable fascinación, casi una obsesión, según el propio protagonista, por cierta parte del cuerpo.
—Del cuerpo de los hombres —se ha encargado de concretar él mismo.
— ¡Hostia puta! Bisexual —ha exclamado Joaquín.
—Hablamos con respeto, Joaquín —le he reprendido.
—Tranquilo, si no me molesta que lo diga —le ha disculpado Jordi—. Ojalá fuese tan sencillo como ser bisexual.
—De modo que no lo eres —le ha dicho Silvia con afán de sonsacarle algo más.
—Se supone que es hetero —ha recordado Marisa.
—Y lo soy —ha vuelto a asegurar el séptimo participante de las reuniones—. Pero me gustan las pollas —ha añadido tras tomarse una pausa con la que, estimo, se habrá armado de valor para soltar lo que se traía entre manos.

He barrido el aula con los ojos, procurando que nadie soltase ni la más imperceptible de las risas. No iba a permitir ni que arqueasen las cejas de asombro, ni que suspirasen más alto de la cuenta. He exigido respeto total y bajo cualquier circunstancia.

—Cuando dices que te gusta esa parte del cuerpo de los hombres, aun siendo heterosexual, te refieres a que te atraen desde un punto de vista estético o… —he inquirido para cerciorarme de que estaba hablado de lo que yo imaginaba que estaba hablando.
—Me gustan como le pueden gustar a un chico que sea gay —ha respondido Jordi, sacándonos de la duda, si es que alguien las conservaba todavía.
—Vamos, que te gusta comértelas dobladas.

Para mi sorpresa, no ha sido ninguno de los chicos, quien saltándose a la torera la condición de respetar a todo el mundo, ha soltado semejante burrada. La artífice del comentario ha sido Silvia, que asumiendo que había metido la pata hasta el fondo, renunciando de paso a las pizcas extras de delicadeza que se le presuponen por ser mujer, se ha ruborizado para seguidamente pedir perdón a toda la sala.

—Debemos intentar controlarnos más, por favor —le he dicho mostrando mi disconformidad con sus maneras de expresarse—. Ya sabéis que no estamos aquí para juzgar a nadie. Es más, cualquier persona que pase por aquí viene reclamando ayuda y sea cual sea su problema debemos dejar a un lado cualquier aspecto superficial y centrarnos en facilitarle una solución o como mínimo, escucharle con atención —he agregado después, con la mirada avergonzada de Silvia asintiendo todo el rato—. Si Jordi es heterosexual pero se siente atraído por los penes y, sobre todo, si ha venido hasta nosotros, será porque no está cómodo con ese aspecto de su personalidad. ¿Me equivoco, Jordi?
—Así es —ha confirmado el chico.
—Veamos, ¿tienes pareja en la actualidad? —le he preguntado después.
— ¿Novia? —me ha devuelto la pregunta él.
—Has dicho que te gustan las mujeres, así que, sí, mi pregunta es si tienes novia —he tenido que traducirle.
—No, ahora mismo no —ha sido su contestación.
—Tus novias no habrán sabido lo de tu afición, imagino —le ha dicho Marisa.

Jordi se ha limitado a negar con la cabeza. Después, le he dado pie a que se adentrase más en su historia.

Una noche de juerga, una noche como cualquier otra: alcohol, amigotes, bares, música, chicas, más alcohol, amigotes que van cayendo por el alcohol, chicas que salen pitando por los efectos que el alcohol tienen en los amigotes y Jordi, sin comerlo ni beberlo, se queda solo con el amigo de un amigo, un tío al que él había conocido esa misma noche.
—Como ya era lo suficientemente tarde y estaba bastante claro que no íbamos a pillar cacho, decidimos irnos.

El amigo de su amigo, también tocado por las copas y siendo de otra ciudad, no sabía bien qué hacer tras abandonar el último bar pues su plan era trasnochar y una vez concluyera la noche, esto es a las 8 de la mañana, pues coger el bus que le llevase de vuelta a su casa y a su ciudad.
—Para las 8 faltaban aún muchas horas y me sabía mal dejarle tirado por mucho que no lo conociera —ha continuado narrando Jordi.
—Tú querías llevártelo al huerto, di la verdad —le ha rebatido Jacobo, estrenándose como participante.
—Si en ese instante me dice que le gustan los tíos no le dejo entrar en mi casa —le ha respondido Jordi personalmente.
—No seas bestia, tío —le ha recriminado Silvia, ya recompuesta de su mal trago.
—Lo digo para que sepáis que hasta esa noche cualquier contacto con otro tío me parecía imposible. Y desagradable. Y de todas maneras, él tampoco es gay. No sé lo que es, la verdad. A lo mejor él sí que es bisexual. No sé.

Tal vez sus palabras no han sido del todo acertadas pero su explicación ha estado completamente enfocada. La hemos captado a la primera. Y es que algo debió de cambiar en su interior para que dejase atrás el lado de la homofobia para situarse justo en frente.

Justo después, Jordi demostraría que se movía aún entre las dos orillas, por contradictorio que resulte y por más que haya hecho hincapié en negarlo.
—No me gustan los hombres —ha sentenciado—. No soy gay—ha reiterado—. Ni de coña. Desde aquella noche he tenido rollos con tías, he tenido una relación seria también. No sé.
—Pero mientras tanto no podías dejar de pensar en los rabos —ha dicho Joaquín.
—Respeto —he vuelto a dejar caer, alzando la voz—. Jordi, ¿te importaría contarnos que fue exactamente lo que sucedió con el amigo de tu amigo aquella noche?
—Pues si lo metió en su casa, yo ya me hago una idea de lo que pasó.
—Joaquín, no te lo digo más veces. A la próxima interrupción te vas a la calle —he dicho, con resolución, sintiéndome por un momento como un profesor riñendo a sus alumnos.
—Tampoco va muy desencaminado —ha afirmado Jordi, disculpando a su compañero por segunda vez—. Lo que pasó entre el amigo de mi amigo y yo esa noche fue que, nada más llegar a mi casa, nos pusimos a ver guarradas en internet sin saber muy bien que hacíamos porque, aunque no habíamos bebido tanto como los demás, también íbamos bastante pedo. No sé si fue cosa suya, mía o de los dos, pero el caso es que nos pusimos cachondos. Cuando me da el bajón después de haber estado de fiesta, la verdad es que siempre me pongo caliente pero claro, no suelo estar acompañado de otro tío.
—Y menos de otro tío tan caliente como tú —ha querido resaltar Marisa.
—Eso es —ha dicho Jordi dándole la razón.
—Y una cosa llevó a la otra, supongo —he vaticinado yo.
—Eso es —ha vuelto a decir el chico—. Una cosa llevó a la otra y cuando quise darme cuenta el tipo estaba haciéndose una paja delante de mí con toda la naturalidad del mundo.

Con toda la naturalidad que concede el alcohol, he pensado para mí mismo.

—Teniendo en cuenta lo que has dicho antes de los chicos a los que les gustan otros chicos, entenderás que todo este asunto es muy peculiar —he dejado caer.
—Eso ya lo sé yo. Ya sé que lo lógico, teniendo en cuenta como soy, habría sido que lo hubiese echado de mi habitación a patadas. Pero estando borracho, de bajón y cachondo, en vez de echarlo empecé a pajearme yo también.
—Madre mía —ha exclamado Joaquín.
—Entonces no puedes decir que eres hetero y que odias a los maricas, tío —ha dicho Jacobo.
—No ha dicho eso, macho. Te has pasado tres pueblos. Ha dicho que no le gustan, no que los odie —se ha encargado de matizar Silvia.
—Vaya película que os habéis montado en un momento.

Con aquella última frase de Marisa he pretendido dar por zanjada la dispersión. He llamado la atención de todos, les he pedido que guarden silencio y me he dispuesto a seguir.

—No me contestes si no quieres, no pretendo hacerte sentir incómodo ni mucho menos pero, además de masturbaros, ¿pasó algo más? —le he preguntado.
—No —ha negado Jordi.
— ¿No? —he vuelto a preguntarle.
—No pasamos de ahí. Ya he dicho que no soy gay —ha vuelto a responder Jordi.
—Sólo con hacer lo que hicisteis ya es bastante, creo yo —ha opinado Joaquín.
—No es gay, dice. Entonces hacerte pajas con otro tío, ¿qué es? —ha dicho Jacobo.
—Bueno, tú no hables mucho de pajas, ¿eh? —ha dicho Marisa.
—Qué cabrona —ha dicho Silvia, riéndose.

De nuevo he tenido que llamar al orden, algo que me ha hecho pensar si realmente quiero que las reuniones aumenten en número.

Luchando por encarrilar la conversación, le he refrescado la memoria a Jordi para que, de una vez por todas, pusiese punto y final a su relato.

—Aunque os cueste creerlo, después de las pajas no pasó nada —ha continuado diciendo el sexto en llegar—. No follamos. Vamos, nunca he follado con un tío y nunca lo voy a hacer. Eso es algo que ni se me ocurriría, vamos. Lo tengo clarísimo.
—Tan clarísimo como lo de que no soportas a los gais, ¿no?
—Ya vale, Jacobo —he tenido que reprenderle.
—Pues mucho más claro que eso porque, vale, pasó lo que pasó, me moló y todo eso, no lo niego, pero es que lo de hacerlo por el culo no me atrae ni con una chica. Así que lo de follar con otro tío no lo haría ni en mil vidas.
—Pero a ver, centrémonos. Ese chico y tú os masturbasteis, no pasó nada más, pero ¿luego qué? Porque habría un momento posterior, aunque fuese para despediros —indagué yo, con afán de reconducir por fin toda la historia.
—Pues luego, al verlo tan cachondo, allí meneándosela, conmigo al lado, meneándomela también, pues me puse de rodillas y empecé a chupársela.

El murmullo general creció hasta situarse en un nivel ensordecedor de frases enmarañadas de las que apenas se podía apreciar una palabra cada cierto tiempo.

—Sin ánimo de que te siente mal, cariño —ha comenzado a decir Marisa—: tú eres gay. No lo sabes pero lo eres.
—Podéis pensar lo que queráis pero nada de lo que digáis me va a hacer pensar otra cosa. Nos hicimos una paja, se la chupé, me gustó y todo lo que queráis pero me niego a admitir que soy gay porque no es cierto.

Ha sido una de las mayores contradicciones que he oído a lo largo de mi vida pero al observar que Jordi estaba tan confiado en lo que decía no he podido sino creer que no mentía. Aun así, una cosa es que esté totalmente seguro de que lo que siente es verdad y otra bien diferente es que no sea una inmensa desorientación la que habla por él.

—Joder, me cago en la puta, qué puto asco.
—Vale.
—Tío, eres gay. En serio, no pasa nada por serlo. Admítelo. 
—Un tío al que le gusten las tías no se la chupa a otro tío. Nunca.
—No soy gay.
—Pues entonces eres el heterosexual más raro del mundo, cariño.
—Eso no lo niego pero no soy gay. Solamente me gustan las pollas.
—Solamente, dice.
—Y ha dicho pollas. Eso significa que después de la primera ha habido más.
—Y también significa que le gusta chuparlas.
—Respeto, chicos, por favor.
—Quería asegurarme de que me gustaban de veras.
—Y te dedicaste en cuerpo y alma a comprobarlo.
—Quería probar otra vez para estar seguro.
—Con la primera que te comiste ya tenías que haberlo estado, tío.
— ¿Pero siempre te has limitado al sexo oral, Jordi?
—Siempre.
—Seguro.
—Lo juro. Ya habéis podido comprobar que no soy demasiado amigo de los gais, joder.
—Más bien eres un poquito intolerante.
—Bueno, lo que sea, pero creo que es una buena prueba para demostrar que lo que me pasa no es normal.
—No, normal no es, ya te lo digo yo.
—Tú y cualquiera. Para decirte que no eres normal no tenías que haberte tomado tantas molestias.
—A Joaquín le ponen las chicas obesas y Jacobo se la pela como un mono, se la pela tanto que le es imposible follar con su novia —he tenido que saltar de nuevo para encauzar la reunión—. A partir de ahora, cada vez que faltéis al respeto a alguno de vuestros compañeros resaltaré vuestras “anormalidades”, puesto que, os lo recuerdo, todos y cada uno de vosotros estáis aquí porque considera que su vida sexual no es normal. Todos sois personas normales con una anormalidad. Así que haced el favor de tener más presente vuestras propias historias cuando los demás estén exponiendo las suyas. O cumplís esa condición o salís por la puerta para no volver. ¿Estamos?

Cada vez más severo, cada vez con el carácter más agriado, cada vez más piezas transformando el aula en una clase de colegio. 

Cada vez más pasos para convertirme en profesor.

—Llevamos un buen rato para que Jordi termine, por favor, no me hagáis perder más tiempo. Creo que te hemos escuchado atentamente, Joaquín. Y lo mismo te digo, Jacobo. ¿Él no se merece la misma atención? Si pensáis eso podéis marcharos, os lo vuelvo a recordar. Aquí no retenemos a nadie y la puerta está siempre abierta tanto como para el que quiera entrar como para el que quiera salir. Veamos, Jordi, si eres tan amable de continuar y acabar lo que comenzaste a contar hace un siglo.
—Tampoco hay mucho más que contar. Después de aquella noche, donde el amigo de mi amigo durmió en mi habitación, con ropa y sin hacer nada más que lo que he contado, el remordimiento no me dejaba en paz así que eché a aquel tío en cuanto desperté. Pero claro, al mismo nivel que los remordimientos tenía una sensación nueva: el morbo que me provocaba recordar lo que había pasado aquella noche con aquel tío. Como estaba tan jodido que no puedo decir que fuese realmente yo, me animé a volver a probar para de esa forma resolver mi dilema. Por supuesto, yo suponía, o quería suponer, que en cuanto viese una polla estando sereno pues que no sólo no me gustaría sino que me haría vomitar.
—Pero tus expectativas no se vieron cumplidas —me he adelantado yo.
—Se reafirmaron las peores de todas —ha sido la respuesta de Jordi.
— ¿Te gustó más? —le he preguntado.
—No sé si me gustó más pero sí que puedo decir que me di cuenta de que me gustaba de veras porque hasta ese momento todavía no lo sabía con certeza.
—Es un paso que hay que dar. Y no es sencillo darlo —quise hacerle saber.
—Ya.
—Me estoy preguntando cómo conseguiste volver a probar con un chico, quedar con él y todo eso.
—Muy fácil. Me metí en un chat de internet y a los diez minutos tenía una cita.
—Y volviste a probar.
—Sí.
—Y te volvió a gustar.
—Sí.
—Y eres hetero.
—Diría que sí. No sé. Siempre lo he sido, joder. Me gustan las mujeres, me ponen, joder, me encantan. Me pirran un par de tetas. No sé. Diría que todo apunta a que lo sigo siendo pero también es verdad que no entiendo qué es lo que pasó aquella noche ni por qué se me ha quedado tan grabado, pero el caso es que cada cierto tiempo tengo que repetirlo. No puedo controlarlo.
— ¿Es así como funciona? —le he preguntado por mera curiosidad.
—Sí. A lo mejor llevo meses sin acordarme del asunto y de repente me viene el recuerdo, me empiezo a obsesionar, me empiezo a poner caliente y tengo que meterme en el chat a buscar tíos para quedar.
— ¿Y lo consigues siempre?
—Cada vez que me meto.
—Y dices que no puedes controlarlo.
—No.

Ahí ha concluido la intervención de Jordi. Veremos qué podemos hacer por él y por su gusto “raro”.


Aunque comparado con los gustos que traían de la mano las dos siguientes personas que entraron en el aula, tarde e interrumpiendo, lo de “raro” pasaba a ser un calificativo amable y casi sin importancia. 


SIGUIENTE CAPÍTULO: JOSELU



bb887251-ae84-3145-b23b-04006a05186a

No hay comentarios:

Publicar un comentario