JOAQUÍN

A la tercera ha sido la vencida.

No soy supersticioso pero lo cierto es que hoy la vida me ha dado una pequeña lección que por lo pronto me ha convencido de que a veces los refranes se cumplen, al mismo tiempo que me ha hecho darme cuenta de que por más seguridad que tengas en ti mismo siempre cabe la posibilidad de que el timón se te escape de las manos. 

Nadie logra mantenerse inmóvil ante rachas huracanadas de viento.

De todas formas no me precipitaré y respetaré, como llevo haciendo hasta ahora, el orden de llegada al aula, para proceder a narrar mi primera desventura, más o menos seria.

Marisa y Silvia. Ni rastro de Julio y Jaime. Y una cara nueva: Joaquín.

No he querido concederle peso a la ausencia de los colegas del miércoles ni por un segundo. Y es que Joaquín me ha parecido un tipo simpático nada más recibirlo. No obstante, su simpatía, que quiero pensar que es sincera, pronto se iba a ver salpicada con las esquirlas del motivo que lo ha llevado a acudir a la reunión.
—Me llamo Joaquín, tengo 23 años y sólo me excito con las chicas que tienen curvas —ha sido su presentación ante el grupo.

Que en su testimonio fuese incluido el adverbio sólo ya ha hecho bastante por inquietarme puesto que lo ha pronunciado con la determinación del que dicta una sentencia. 

El aroma a conflicto ha empezado a inundarme las fosas nasales. Así, para cuando ha querido concretar, yo me encontraba ya a cubierto, tras las trincheras.
—Ya sabéis, con curvas, gorditas —ha querido precisar él.
—Y cuando dices sólo, ¿te refieres a…? —me he atrevido a indagar.
—Pues que no me gustan las flacas. No me gustan nada. Es que no me ponen —ha respondido el chico, de nuevo con contundencia, como si defendiese un dogma en el que cree fervientemente.  
— ¿Y que sólo te gusten las chicas con curvas te supone algún tipo de contratiempo? —le he preguntado después.
—Pues nunca había sido un contratiempo pero la verdad es que ha empezado a serlo.

La historia se repite.

Joaquín se ha retrotraído a su más temprana adolescencia, a los años en los que empezó a sentirse atraído por las chicas. Según ha afirmado, ya desde aquellos primeros pasos, tuvo muy delimitadas sus tendencias.
—Buenas tetas, caderas, un culo generoso. Que tuviesen donde agarrar —ha expuesto.

Bajo esa afición por agarrar he sido incapaz de apreciar nada demasiado alejado de lo común. Son muchos los hombres a los que les atraen las mujeres rellenitas y en ese aspecto yo no podía estar más de acuerdo con él, que nunca he sido fanático de las modelos de pasarela, precisamente.

Sin embargo su relato contaba con unas cuantas vueltas de tuerca, a cada cual más enrevesada.

—Todas las chicas con las que he estado han tenido las tetas grandes, por ejemplo. Y es que no podría estar con una tía que fuese plana —ha continuado contándonos.
—Hablas con mucha rotundidad —he advertido— ¿No podrías enamorarte de una chica que no tuviese las características que mencionas?
—Diría que no. Al menos nunca me ha pasado —ha respondido el chico.
—Pero eso no significa que no pueda pasar —le he rebatido yo.
—Estoy casi seguro de que no puede pasar —ha insistido él.
— ¿Tienes novia actualmente? —le he preguntado.
—Sí. Por ella estoy aquí. Ella es el problema.

La tuerca enroscándose con fuerza metálica alrededor del tornillo. Chirriando. Desprendiendo fragmentos de herrumbre. 

Sólo me gustan las chicas con curvas. Sólo.

—Deberías haber venido con ella si es que consideras que ella es tu auténtico problema.

Joaquín no ha captado mi sarcasmo pero ha sido lo mejor. Sin más, ha proseguido con su historia.

—Pesaba 90 kilos cuando la conocí y ahora sólo 65.

Otra vez volvía a aparecer ese puñetero adverbio. En este caso su uso ha sido aún más desconcertante; no ya por la frase con la que Joaquín ha pretendido aclarar la causa por la que su novia es el problema, sino que, por más vueltas que le diese, a mí me parecía que el hecho de que alguien que rozaba la obesidad, la sobrepasaría con creces a menos que fuese una chica muy alta, hubiese adelgazado tanto, únicamente podía interpretarse como un suceso que celebrar, un hecho valiente, digno de aplaudir, siempre y cuando el adelgazamiento hubiese sido saludable, por supuesto.

Quiero que conste que he preferido emplear únicamente en lugar de sólo porque en el tono usado por Joaquín para relevar su conflicto iba intrínseca la decepción que le había provocado el cambio drástico de talla en su pareja.

—Me fijé en ella porque me gustaba que pesase eso —ha rememorado el joven, destilando una melancolía impropia para su edad.
— ¿90 kilos? —he preguntado para cerciorarme de que estábamos hablando de la misma cifra.
—Sí. Me enamoré de ella por eso. Me gustaba que fuese así —se ha reafirmado él.
—Hablas en pasado. ¿Sientes que ahora, tras su cambio de imagen, te gusta menos? Puede ser que ahora la veas tan diferente que te sientas un tanto confundido, como si no estuvieras con la misma persona, como si no la reconocieras. Si es así, todo es cuestión de acostumbrarse. Es como cuando te cortas el pelo después de haberlo llevado largo siempre.
Interiormente he agradecido la apreciación de Silvia pero me he decantado por no decir nada para que el grupo vaya adquiriendo soltura en lo de intervenir en público, charlando de forma directa con los demás, sin que yo tenga que azuzarlos.
—No es que me guste menos ni que la vea diferente. Bueno, lo de verla diferente sí, pero es que la veo tan diferente que creo que ya no la quiero. No sé  —ha declarado Joaquín, nervioso, dolido, desconcertado. 
La reacción de Silvia ha sido chistar. Y creo que si ha chistado ha sido por no levantarse y darle una bofetada al chico nuevo. Desde luego, no hubiese estado de más gritarle bien cerca del oído que el problema, tal y como él lo planteaba, no estaba en su novia, sino en él.

—Y es que a mí cada vez me gustan más gordas —ha vuelto a reiterar después de los breves instantes de paz.

Con curvas, rellenitas, gorditas, gordas...

Desconozco si habrá alguna escala y si ese será su orden pero en cualquier caso, y por la cara que puso Joaquín cuando me oyó decir que las personas se fijan en otras personas por lo que son y no por lo que pesan ni por lo que miden ni por el color de su pelo, demostró que, al menos para él, hay insalvables diferencias y que no es lo mismo que te atraigan las que tienen curvas que las gorditas. Como lo más adecuado era apuntalar con firmeza mi hipótesis le pregunté al más ducto en la materia.
—Te gustan gordas —dije para ir abriendo la senda—. ¿Cómo de gordas?
—100, 120, 150. Bien pechugonas —ha respondido el chico.

Un remolino de resoplidos ha recorrido el aula. Marisa ha mirado a Silvia, que la ha señalado con el dedo, y  Marisa se lo ha devuelto apuntándole al pecho. De inmediato, Silvia se ha cerrado la chaqueta y ha dejado de reírse. 

La broma había concluido.

—No te digo esto por menospreciar tus gustos pero entenderás que una persona de 150 kilos, ya sea hombre o mujer, padece un problema de sobrepeso. Un problema grave, además. Hay excepciones como ciertos deportistas o personas muy altas que sí que pueden llegar a pesar eso pero normalmente no es síntoma de buena salud. ¿Tu novia es muy alta?
—Es normal.
—Y ese es el problema —he dicho, ahorrándonos que lo dijera él.

Joaquín se ha encogido de hombros. Ha sido en ese gesto cuando he podido percibir que de verdad quiere, o quería, a esa chica y que su adelgazamiento le ha supuesto un dramático cambio en sus sentimientos.

Su novia ha perdido 25 kilos y a él se le ha roto el corazón.

Podía encarar el asunto con la superficialidad que en un principio me ha trasladado el quinto en unirse al grupo pero tras advertir que el chico lo estaba pasando verdaderamente mal, he procurado dirigirme a él con un poco más de tacto.
—Lo primero que tienes que entender y aceptar es que el amor no funciona basándose en aspectos físicos. Puede haber algo de eso, o mucho, pero no es lo fundamental. Es mucho más complicado, me temo. Te acabas enamorando de una persona no de un cuerpo. Ya sé que cuando alguien te gusta de veras, te gusta todo de él, también su cuerpo, y que te acabas enamorando de su cuerpo, pero eso viene después. Primero va la personalidad y después el cuerpo. O al mismo tiempo, en todo caso, pero nunca el cuerpo en primer lugar. Si te quedas prendado de un cuerpo dudo mucho que pueda llamársele amor. Podrás establecer una relación con esa persona, lo pasarás en grande, tal vez hasta dure un tiempo, pero me niego a llamarle amor. Es lo que pienso y puedo estar equivocado pero si te digo todo esto es porque te veo tocado, supongo que tus compañeras coincidirán conmigo, y me atrevería a decir que todo procede de la confusión que sientes. Te gustan las chicas gordas, de acuerdo, pero estoy convencido de que te fijaste en tu novia por algo más que por su peso.
—Seguramente te habrás desencantado por más cosas —ha participado Marisa.
—Te iba a decir lo mismo —ha asegurado Silvia—. Lo de desenamorarte nunca pasa por una sola cosa. Lo más probable es que ya no estuvieras tan a gusto con ella y lo de adelgazar ha sido la puntilla. No dejas de querer a alguien de la noche a la mañana, creo yo, vamos.

Por un segundo me he quedado mirando a Silvia, tratando de descifrar si en su comentario iba incluido alguna referencia a su propia historia.

— ¿Qué opinas, Joaquín? —he preguntado al regresar a la tierra.
—No sé —ha contestado él, haciendo una mueca de despreocupación, como si nada de lo dicho por sus compañeros le hubiese llegado realmente, lo que me ha llevado a catalogarlo en la misma franja de edad que Julio y Jaime—. No sé —ha vuelto a repetir—. Lo único que sé es que ya no me hace sentir como antes —se ha lanzado al fin—. Y que cada vez me atraen más gordas —ha agregado a modo de punto y final.

Como me daba la impresión de que no íbamos a poder sacarlo de su convicción en el primer día, he hecho hincapié en ganarme su confianza y hacerle ver que nosotros podemos facilitarle una ayuda esencial y que por ese mismo motivo debe acudir a las reuniones siempre que le sea posible. Aun así, no he querido esconder mi objetivo primordial.
—Voy a tratar de hacerte ver que si has estado enamorado de esa chica no ha sido por lo que pesaba —le he avisado.

No he añadido que a lo mejor lo que acababa demostrándole es que nunca había estado enamorado de ella. Quién sabe si de nadie. 

Quizás, si Joaquín se presta a ello, hasta pueda enseñarle la diferencia entre amor y atracción física.

Lo de que sólo le gusten las gordas es un asunto que todavía no sé cómo abordar.


SIGUIENTE CAPÍTULO: JACOBO





a2c2cef2-dab3-3220-b904-663bf8a22fbe

No hay comentarios:

Publicar un comentario