SILVIA

—Me caso dentro de tres meses y no sé si quiero hacerlo.

Empezábamos mal.

Se lo he advertido tanto a ella como a Marisa cuando me han contado a grandes rasgos la razón que les había llevado hasta la apartada aula donde yo esperaba en soledad: nada de cuestiones sentimentales. Y dentro de las cuestiones sentimentales iban incluidas las crisis previas a una boda, crisis tan inevitables como típicas.  

Cuando me disponía a refrescarle la memoria, Silvia ha asentido como si se hubiera aprendido la lección gracias a la observación atenta del testimonio de Marisa y se ha apresurado a puntualizar.
—Tengo dudas porque perdí al amor de mi vida por culpa del sexo.

Pese a sus dudas me ha parecido que veía indiscutibles varias cosas. Para empezar ha declarado que el sexo fue el culpable de romper una de sus relaciones y lo ha hecho categóricamente. Para seguir, que haya catalogado a la pareja que perdió como el amor de su vida es toda una muestra de seguridad en sí misma y en sus sentimientos. No quiero entrar a juzgarla, ni a ella ni a ningún otro asistente, y mucho menos voy a entrar a criticar sus preocupaciones, es algo que puede pasarle hasta al más pintado, pero no me gustaría estar en el pellejo de su actual novio: la mujer con la que va a unirse, en teoría hasta que la muerte los separe, tiene serios dilemas con esa unión eterna, cierto episodio de su vida continúa abierto y sin cicatrizar y no lo considera el amor de su vida. Es preferible que no esté al corriente de los dilemas de su futura esposa, honestamente.

Como lo que me atañía era el aspecto sexual de la historia le di pie a que arrancara.
—Al igual que mi compañera —comenzó a narrar, señalando al lugar que había ocupado Marisa, ya ausente— yo también tenía 16 o 17 años.
— ¿Puedo preguntarte qué edad tienes ahora? —indagué yo.
—25, a punto de cumplir 26.
—Eres muy joven para casarte. Es normal que sientas inseguridad al dar un paso tan importante.
Silvia ha apartado de un manotazo el dardo que he pretendido lanzarle y ha continuado por la senda adecuada. No se ha distraído. De nuevo, se ha mostrado muy segura de sí misma, por contradictorio que pueda resultar.
—Él era un par de años mayor que yo. Vamos, lo sigue siendo.
— ¿Fuisteis novios?
—No. Bueno, no y sí. Estábamos siempre juntos, hacíamos casi todo juntos, todo el mundo nos veía como novios, pero no lo éramos.
—No os acostabais.
—No. Ni siquiera nos besamos nunca. Bueno, alguna vez, estando de fiesta, pero ya ves tú. Nada del otro mundo.
—Ya.
—Él estaba enamorado de mí.
—Pero tú de él no.
—No. Y sí.
—Veo que fue una historia un poco complicada.
—Por eso creo que no la resolví bien. Porque todo era bastante complicado y porque era una niñata que no sabía lo que quería. Aunque ahora tengo diez años más y no sé si he aprendido demasiado.
—Dices que él estaba enamorado de ti. ¿Te lo dijo alguna vez?
—Varias.
—Vaya.
—Yo también le quería pero entre que no sabía si lo quería como amigo, la edad y el miedo que me daba perderlo si nos arriesgábamos a tener algo más, todo se quedó en el aire. O en nada, mejor dicho.
—O sea que en realidad habrías estado dispuesta a tener algo más.
—Sí.
—Pero nunca tuvisteis nada.
—Nunca.
—Y aunque estabas al tanto de sus sentimientos y de que no le correspondes, vuestra amistad aguanta. Pero no estamos aquí para hablar de eso, así que dime, ¿en qué momento entra en escena el sexo?
—En el momento en el que decidí acostarme con un ex en lugar de hacerlo con él.
—No acabo de entenderlo. Si no erais novios, ¿tú no podías acostarte con quien quisieras?
—Pero como estábamos siempre juntos y éramos como novios…
—Pero no lo erais.
—Pero yo sabía que él me quería. Y siempre estábamos juntos. Aquello estuvo mal y punto —ha defendido Silvia con rotundidad—. Debí acostarme con él que era quien estaba a mi lado para lo bueno y para lo malo, quien me demostró muchas veces que le importaba y que se preocupaba por mí sin esperar nada a cambio. Si lo hubiese hecho me habría dado cuenta de lo tonta que estaba siendo y no me habría portado como lo hice. Me habría dado cuenta de la oportunidad que estaba perdiendo. Y no la habría perdido, claro. Solamente recurrí a mi ex porque ya lo conocía en la cama, por tirar de alguien conocido, no sé, me lo pedía el cuerpo, llevaba una época sola y…
—Querrás decir soltera.
—Sí, soltera. Es que si no quería tener nada con mi amigo por miedo a estropear nuestra amistad, imagínate pensar en acostarme con él. Me daba pánico.
—Así que por un día en vez de quedar con tu amigo, llamaste a tu ex, os acostasteis, ¿y luego?
—Luego mi amigo se enteró. Nos vio. No se me ocurrió otra cosa que hacerlo en el descampado al que iba siempre con él, donde pasábamos más horas, sentados, hablando de todo, arreglando el mundo. El colmo de la discreción, vamos.
—No fuiste previsora, eso desde luego. ¿Fue entonces cuando os distanciasteis?
—No. Eso fue unos meses más tarde. Me sorprende que aguantase tanto.
— ¿Tú o él?
—Los dos.
—Tal vez es un tío fuerte. O lo hizo porque te quería. O porque por encima de todo, incluso de sus sentimientos, era tu amigo.
—Eso es lo que más me dolió. Siendo sincera, cuando se hartó de la situación y decidió cortar por lo sano fue todo un alivio. Para los dos. Me volví a enganchar a mi ex. Llegué a pensar que era ninfómana porque me pasaba el día pensando en el sexo. Fue una época en la que o estaba en la cama o estaba pensando en ir a la cama. Tenía sueños eróticos hasta durmiendo la siesta. Como yo estaba todo el día pensando en el otro, pensando en acostarme con él, vamos, y mi amigo estaba afectado porque era muy evidente que me había enchochado, fuimos viéndonos menos poco a poco. Ya nada sería igual que siempre. Y se mudó de ciudad. Cualquier otra persona no habría aguantado ni la mitad de lo que aguantó él. Fue un palo muy gordo, tardé en recuperarme años, provocar que alguien se aleje de mí por mis actos es lo más duro que he tenido que superar en toda mi vida. Y todo por cobardía. Fui demasiado cobarde para decirle lo que significaba para mí. Y al mismo tiempo no quería que nos separásemos. Fui muy cobarde y no considero que sea una persona cobarde. Creo que solamente lo fui entonces. El caso es que estuvimos años sin hablarnos. Estuve obsesionada con él, manteniendo otras relaciones, sí, pero sintiendo que había metido la pata hasta el fondo, que me estaba perdiendo algo que podía haber sido muy bonito por un error, por inmadurez. Sentía constantemente que me faltaba algo, que nunca podría tenerlo y que encima nunca lo recuperaría, no sé si me explico. Pero bueno, hace tres meses volvió a aparecer y nos reconciliamos. Eso es lo que cuenta. Por fin pude sacarme esa espina. Por fin nos dijimos todo lo que habíamos estado tantos años callándonos, cosas que nos tendríamos que haber dicho mucho antes pero más vale tarde que nunca, como se suele decir.
—Me alegro que pudieses zanjar esa cuestión. ¿Y cuándo empiezan las dudas sobre tu boda?
—Él también ha tenido parejas. Pero no ha dejado de pensar en mí en todos estos años, según me dijo cuando volvimos a vernos. Mis dudas empiezan ahí, cuando me dice eso, cuando me dice que siente que todavía está enamorado de mí y que cree que lo va a estar siempre y que nunca podrá querer a otra persona que no sea yo. Que tendrá que compartir su vida con otra personas sin más remedio pero que yo seré siempre su gran amor, el amor de su vida. Y yo estoy enamorada de mi novio, ahí está el gran problema. Llevamos dos años planeando la boda, estoy muy a gusto con él, soy feliz, nos queremos, no sé. No sé porque me he desestabilizado de esta forma, y tan de repente. Por más que lo piense no sé por qué me está pasando todo esto.
—Si no recuerdo mal al principio de la conversación te has referido a él, a tu amigo, como el amor de tu vida. No es por malmeter ni ahondar en tu inquietud pero ten en cuenta que en medio de todo el oleaje está tu prometido, quien creo que debería ser el único amor de tu vida. O cuanto menos el amor de tu vida en la actualidad. Lo digo porque me da la impresión de que no lo es. 
—Llevo días pensando en eso mismo. 
—Entonces, ¿piensas que sigues sintiendo algo por tu amigo?
—No lo sé. A veces creo que sí, otras estoy segura de que no. No lo sé.

Suspiré, mirándola a los ojos, viendo su zozobra interior reflejada en ellos.

Estiré los brazos, abrí las manos para colocarlas detrás de mi cabeza, a la altura de la nuca, y volví a soltar el aire, mirando al techo.

—Te digo lo mismo que a Marisa: no sé si podremos ayudarte —le he dicho—. En cualquier caso vuelve a pasarte el miércoles y veremos qué se puede hacer. Si se anima a venir más gente tendremos más probabilidades de encontrar buenos consejos.

Silvia ha asentido con timidez, como si estuviese agradeciéndome haber escuchado sus palabras pero al mismo tiempo sintiese pudor de su confesión. Por un instante he pensado si no sería yo el primero al que le cuenta su secreto. Quizás no la primera persona, pero sí el primer hombre.

Después he vuelto a pensar en su novio.


Definitivamente no, no me gustaría estar en su pellejo. Seguramente sea empatía masculina. 


SIGUIENTE CAPÍTULO: JOTA día 2 




c1724654-8a5f-3c09-ad16-5421d6a3d2a7

No hay comentarios:

Publicar un comentario