2ª REUNIÓN

El fracaso he aterrizado en el centro del aula con la ferocidad de un huracán.

Y nadie escapa del huracán, ¿no es cierto?

Mi propósito era que, mientras Juanpe cumplía mi encargo, los demás, una vez se hubiesen presentado, comenzaran del mismo modo que en la anterior reunión, actualizando su estado. Y así lo han hecho pero ha sido con una energía tan descafeinada que he tardado muy poco en asumir que la reunión de hoy no iba a estar a la altura de su predecesora.

JOTA: Marisa, ya sabes cómo va esto. Cuando quieras.
MARISA: Sin novedades.
JOTA: ¿Nada de nada?
MARISA: Nada. No he estado con él, no lo he visto, no sabido nada de él y tampoco quiero saber nada. Nada de nada.
JOTA: ¿Y cómo te encuentras? ¿Te ves animada para comenzar de cero?
MARISA: Bien. Bueno, supongo que haciéndome a la idea de que hay que coger las riendas y cambiar de rumbo, comenzar de cero, sí.
JOTA: Que no es poco. ¿Alguien quiere decirle algo?

He preguntado eso porque me daba en la nariz que nadie, ni siquiera Silvia o Javier, estaba por la labor de contribuir.

JOTA: ¿Nadie? Bueno, vamos a seguir, a ver si os vais animando. Silvia.
SILVIA: Yo igual que ella. Nada. Estoy como siempre.
JOTA: ¿Has estado con tu amigo?
SILVIA: No. Me lo estoy pensando aún.
JOTA: Ya veo. ¿Y con tu novio qué tal? ¿Mejor?
SILVIA. Igual. No hemos discutido demasiado.
JOTA: Pero habéis discutido.
SILVIA: Bueno, pero lo normal, como siempre.
JOTA: Ya. ¿Las listas que te pedí…?
SILVIA: Pues me he acordado cuando he llegado.
JOTA: Vaya. ¿Y no te atreves a hacerlas ahora, en vivo y en directo?
SILVIA: Uff, pues no sé…
JOTA: Ve pensándolo y si luego crees que lo tienes volvemos contigo, ¿te parece? Si quieres decirle algo a alguno de tus compañeros ya sabes que puedes hacerlo cuando te apetezca. Veamos, Julio, ¿algo nuevo bajo el sol?
JULIO: ¿Cómo?
JOTA: Hoy no estáis por la labor, ¿eh?
JULIO: Es que estaba con el móvil…
JOTA: El único que tiene permiso para estar con el móvil es Juanpe así que, por favor, olvidadlo cinco minutos. ¿Cómo andas?
JULIO: Pues igual. No sé. Ni he ligado ni nada.
JOTA: Nada tampoco. Vaya por Dios. ¿Te sientes mejor al menos?
JULIO: Pues no te sé decir. A ratos sí pero no sé…
JOTA: Si esta va a ser la tónica de hoy prefiero que lo dejemos aquí. Tal vez sea mejor que Juanpe nos cuente lo que le están diciendo sus contactos y nos pongamos a esperar si es que esas chicas deciden pasarse por aquí.

Nada. Cabizbajos, miradas que pasan de estar posadas en el suelo a entrecruzarse cargadas de aburrimiento, como si alguien los retuviera tanto a hablar como a estar en el aula; el silencio se ha apoderado de todo y solamente ha sido roto por algún suspiro o algún carraspeo.

Nada. Y a pesar de todo, el grupo se mostraba inquieto. He querido suponer que la llegada de los dos nuevos fichajes los ha distraído.

Al contrario de lo que estaban haciendo ellos, yo me he decantado por observarlos con atención.

Y todo giraba, al parecer, en torno a Ana.

Este ha sido su ritual, el de los chicos, el de todos excepto Javier: adelantaban sus pies y los mecían para lucir sus zapatillas; se acomodaban la entrepierna ensalzando la mercancía; se levantaban la camiseta con disimulo para lucir palmito; giraban la cabeza a un lado y a otro, se remangaban mangas y perneras o se subían camisas, otra vez, para enseñar sus tatuajes y sus pendientes repartidos mucho más allá de las orejas; y, cómo no, sus teléfonos móviles pegados a la mano, agitándolos como si fuesen maracas, mostrando lo grande que son sus pantallas, la calidad que tienen las fotos que hacen y lo divertido que es el último vídeo que se han descargado.

También los he visto cabecear para que la pretendida pudiese disfrutar de sus peinados. 

Todos con el mismo. Un mismo peinado para todos.

Todo giraba en torno a Ana. Todos girando a su alrededor.

Ha sido ese dichoso aparato, el móvil, el que me ha servido de enlace para empezar a soltar lo que quería soltar. 

Me he retrotraído al sueño, al mal sueño, que había sufrido la noche anterior, el de la orgía, y finalmente he disparado, no sin antes cerciorarme de que iba a acertar el tiro.
— ¿Creéis que el dinero da la felicidad? —he preguntado, y el disparo ha resonado por todo el colegio.
—Te estamos aburriendo hoy, ¿eh? ¿A qué viene esa pregunta, macho? —ha querido saber Silvia.
— ¿Cuánto lleváis encima ahora mismo? Me refiero a lo que os ha costado la ropa, los zapatos, los complementos. Los teléfonos —he insistido.
—Pues ni idea, poca cosa, baratito todo —ha respondido Silvia.
—Yo suelo reciclar bastante —ha anunciado Marisa.
—Sí, a mí también me gusta tirar de lo que tengo en el armario. Lo que no me ponía antes me lo pongo ahora. La verdad es que las modas no van conmigo —ha coincidido Silvia.
—O tú con ellas —le ha rebatido Ana con un toque de desdén.
—Lo que sea —le ha contestado Silvia tajante pero sin entrar al trapo.
—Entonces vosotras dos no gastáis demasiado en ropa, por lo que decís —he resuelto yo.

Ambas, Marisa y Silvia, han asentido.

— ¿Y qué hay de ti Ana? ¿Te gusta ir a la moda? —le he preguntado cuando ya sabía la contestación que iba a sonsacar.
—Pues claro. Me encanta la ropa.
—Es que eso de reciclar y todo eso está muy bien pero hoy en día o llevas lo que hay en las tiendas o te tratan como a un bicho raro —se le ha unido Jacobo.
—Pues yo visto como me gusta, no como me imponen las tiendas, y no soy ningún bicho raro —ha dicho Jordi.
—No nos tires de la lengua… —ha discrepado Marisa, más sarcástica que hiriente.    
—De manera que consideráis que es importante ir vestido a la moda —he vuelto a decir yo.
—Pues claro. Es importantísimo —ha dicho Julio.
—Vamos, es que a mí se me arrima uno que vaya hecho un adefesio y lo mando a freír espárragos al segundo —ha vuelto a decir Ana.
— ¿Llegarías a rechazar a alguien que no fuese vestido como te gusta? —le ha planteado.
—Sí. Yo lo haría. Lo he hecho, vamos. Y lo volvería a hacer. A mí no me gustan los rockeros ni los hippies ni las cosas raras —ha sido su contestación.
—Pues a mí eso siempre me ha dado igual. Como vaya vestido cada uno me parece un dato insignificante. Qué más da que lleve puesto un traje de mil euros si después puede ser un cabronazo —ha participado Marisa.
—O puede ir vestido con harapos y ser un tío increíble —ha agregado Silvia.
—También —le ha dado la razón Marisa.
— ¿Vosotros, los chicos, también os fijáis más en las chicas que van bien vestidas o vestidas a la última? —he querido averiguar después.
—Hombre, yo creo que a nosotros nos importa poco eso —ha respondido Javier —. Somos de no fijarnos en esas cosas. O por lo menos, de no fijarnos tanto como ellas. Somos más superficiales en general, y en eso pues también. Nos importa lo de dentro más que el envoltorio.
—Eso que dices puede ser superficial pero si lo comparas con lo que ha dicho Ana de que se alejaría de alguien que no fuese con la ropa que le gusta… —le he recordado.
—A ver, es que si a mí me gusta cierto tipo de ropa, pues es lógico que me aleje de ciertos tipos de tío que no llevan esa ropa —se ha defendido la chica.
—Supongo que, según tu teoría, nunca permitirías que alguien como yo, o que yo mismo, vistiendo como visto, me acercase a ti —he tanteado no sin cierto temor a que la respuesta me rebanase un pedazo de autoestima.
—A ver, contigo es diferente. Te acabo de conocer y vas vestido… así, pero la verdad es que pareces buena persona.
—Qué detalle.
—Eres buena gente, Jota. Menudo piropo —ha jaleado Javier.
—La tienes en el bote, tío —ha dicho Joaquín.
—Ataca, ataca —me ha espoleado ridículamente Jacobo.
—Parezco buena persona, dejarías que me acercase a ti, pero nunca tendrías nada conmigo —he regresado al cauce anterior.
—A ver, es que no te conozco —ha pretendido aclarar Ana.
—Pero, ¿cuándo te ha importado a ti enrollarte con un tío que no conoces? —le ha dicho Silvia, endosándole un gol por toda la escuadra.
—Es justo eso —he empezado a decir yo—. No quiero ofenderte, ni mucho menos cuestionar tu forma de ligar ni nada de eso, únicamente estoy realizando este ejemplo para que te pongas en mi lugar. Está claro que no tengo muy en cuenta el aspecto exterior porque no considero que guarde relación directa con tener una personalidad tal o cual. No creo que pueda proyectar en los demás como soy realmente a través de mi forma de vestir igual que no creo que mi forma de caminar lo haga. Me da lo mismo la ropa o el calzado, gasto tan poco como puedo en vestir, uso prendas económicas que muy pocos se ponen, reciclo mucho, de hecho esta camisa tiene más de 10 años…
—Pues yo creo que ya te puedes comprar otra. En 10 años algo habrás ahorrado —me ha soltado Ana con cierto aire de superioridad.
—Es que me gusta esta camisa, no quiero otra —le he respondido—. ¿Cuánto dinero gastáis en ropa? ¿Anualmente, al mes? —he preguntado inmediatamente después.
—Puff, ni idea —ha dicho Ana.
—Pero te compras ropa a menudo.
—Cada vez que voy de tiendas.
—Mira, compra igual que liga —ha dicho Silvia.
— ¿Y de cuánto dinero estamos hablando? —he vuelto a insistir—. En serio, quiero que me digáis una cifra, quiero saber cuánto dinero destináis a esa faceta que argumentáis que parece que es de vital importancia para vosotros.
—Mis padres antes me daban 150 euros. Ahora un poco menos. 120 o así —ha dicho Ana, como si la pregunta solamente fuese para ella y como si le hubiesen rebajado la paga a menos de la mitad.
— ¿Al mes? ¿Sólo para ropa?
—No joder, para mis gastos.
— ¿Y cuánto de esos 150 se iba en ropa, o en zapatillas y complementos varios?
—Pues no sé. A veces más, a veces menos…
—Pero comprabas ropa cada mes.
—Sí, eso sí. Y lo sigo haciendo.
—Yo también —ha dicho Julio.
—Y yo —se le ha sumado Joaquín.
— ¿Es que a dónde vas a ir sin ropa? —me ha planteado Jacobo.
—A menos que hayáis ido tirando a la basura lo que no os ponéis, y si habéis seguido un ritmo constante de compra, me da lo mismo que sea mensual o trimestral, la ecuación da como resultado armarios repletos de ropa que no utilizáis. Dudo mucho que tengáis que salir a la calle sin ropa —he respondido.
—Bueno, vale, ya está. Pareces mi madre con la ropa, con la ropa —ha empezado a rechistar Ana.
—Debe ser que crecí en otra época y que me educaron de otra manera pero no entiendo por qué le dais tantísima importancia a eso —he reiterado.
—Pero tío, es que habrá que ir a la moda, ¿no? —ha vuelto a pronunciarse Ana.
— ¿Para qué? —le he cuestionado.
—Coño, pues para estar guapo, para que se fijen en ti, para que te miren —ha contestado Jacobo.
—Para destacar —ha dicho Jordi.
— ¿Y pensáis que destacáis yendo todos iguales? Lleváis el mismo corte de pelo, por ejemplo, tanto vosotros los chicos como vosotras las chicas; compráis en las mismas tiendas porque aunque tengan nombres distintos son la misma tienda vendiendo la misma ropa aunque también penséis que es distinta; lucís los mismos pendientes y los mismos piercings en los mismos lugares de vuestro cuerpo y con los tatuajes os pasa tres cuartos de lo mismo; los pantalones igual, vistos los de Julio vistos los de Juanpe, por más que digáis que tampoco son iguales; y en cuanto a las zapatillas, es un asunto que me aburre tanto como me cansa. ¿Sabéis cuánto me costaron estas botas y desde cuando las llevo? 35 euros, 3 años.
—Así tendrás los pies —ha determinado Ana de forma unilateral.
—Destrozado —ha querido concretar Jacobo.
—De modo que también consideráis que un alto precio significa comodidad. Si es así espero verte al año que viene con esas mismas zapatillas puestas porque supongo que las llevas precisamente porque son cómodas no porque te lo dicta la moda —he cuestionado.
—Pero a ver, si la temporada pasa y vienen cosas nuevas, ¿yo que culpa tengo? —ha argumentado Jacobo.
—Naturalmente no te estoy culpando a ti de nada, ni a ti ni a ninguno de tus compañeros, pero la nueva temporada, o la moda, o la ropa, o lo que sea, volverá y tú ya tendrás esas zapatillas, por otro lado carísimas, y en principio no necesitarías otras. Entonces, ¿por qué comprar otras? Porque las comprarás, ¿o me equivoco?
—Si doy con algunas que estén guapas las compraré, claro —ha dicho Jacobo.
—Claro, como paga mamá y papá… —se ha entrometido Silvia.
—Jota, ¿qué te ha dado con el temita este de la ropa? —ha querido saber Marisa.
— ¿Y qué me decís de los teléfonos? —he seguido preguntado, ignorando por completo a Marisa—. Es evidente que no podéis vivir sin ellos. Vais andando por la calle y tenéis los ojos pegados a esa pantalla, lo veo a diario. Seguramente estéis con vuestras familias y estéis a lo mismo; vais con vuestros amigos y seguís pegados al móvil, y si ya estáis con vuestros amigos, ¿con quién puñetas habláis? Tú mismo, Jordi, ¿ya estás chateando?
—Qué dices tío, estaba hablando con Juanpe —me ha espetado un confundido Jordi.
— ¿Con Juanpe? O sea con el recién llegado, al que ni siquiera conoces pero del que ya tienes el número de teléfono, al que tienes a centímetros de distancia y al que necesitas hablarle por medio de un aparato electrónico. ¿Cuánto gastáis al mes en eso? E imagino que no os conformareis con uno de estos cacharritos cada cuatro o cinco años.
—Si te puedes pillar uno cada año, ¿para qué vas a esperar? Si te lo sabes montar te consigues uno gratis —ha celebrado Joaquín.
—Claro, y para qué esperar. Yo tengo el mismo móvil desde hace 7 años —he anunciado para el asombro de todos los presentes que me han contemplado como si estuviesen frente a un dinosaurio—. Y funciona. Y no necesito otro. Pero claro, supongo que no estoy en la onda, que no voy a la moda, y que tengo paciencia para esperar a que se me estropee y, entonces sí, comprarme otro.
—Pero tío, ¿qué te pasa hoy? Menuda perra que has pillado —me ha soltado Silvia.

De repente, y para mi suerte pues creo que me había enfrascado en una lucha desigual y no precisamente por contar a mi favor con superioridad alguna sino por incomparecencia de rival, Juanpe se pronunció.
—Ya está. Me ha contestado una.
— ¿Va a venir? —le he preguntado a toda prisa.
—Ni de coña. Pero me ha contestado. Algo es algo.

Algo es algo. Y es que yo pensaba, pecando de inocente, que si Juanpe tenía los números de teléfono de algunas de sus conquistas sería porque conservaba cierta relación, es decir una buena relación.

— ¿Leo lo que me ha dicho? —ha preguntado el último en asomar por las reuniones.
—Si es eso lo único que tenemos, adelante. ¿Le has preguntado que qué falló cuando estuvisteis juntos?
—Sí. Vamos, se lo he preguntado a las tres que estaban conectadas pero nada más me ha contestado esta.
— ¿Y qué te ha dicho?
—Leo: “Le pusiste ganas pero seguro que puedes hacerlo mucho mejor. Supongo que necesitamos practicar más”
— ¿Eso es todo? —he querido saber, pasando por alto la proposición que la chica la ha realizado a Juanpe, quien estimo, y espero, que se haya percatado.
—Sí. Ahí va, espera, que me acaba de contestar otra. ¿Te lo leo?
—Venga.
—“Me pusiste muy caliente pero una vez metidos de lleno en el asunto todo fue un poco frío, como muy mecánico. No sé. Como si estuvieras en una película porno”

La clave se ha posado delante mis narices. O lo que yo creía que podía ser la clave de la historia.

—Podéis marcharos —he dicho después, sin saber muy bien por qué lo hacía.
— ¿No es un poco temprano para irnos?
—Es verdad, Jota, apenas llevamos un…
—Ya, pero hoy no me encuentro demasiado bien. Marchaos ya. Nos vemos el miércoles.

En cuanto todos han abandonado el aula, de nuevo sin saber el motivo, he ido hasta mi mochila, he buscado el teléfono y una vez lo he encontrado me he dispuesto a buscar un número.

— ¿Qué es lo que te pasa con Lolo? —le he preguntado a Rita en cuanto ha atendido mi llamada.


SIGUIENTE CAPÍTULO: LOLO





61909fda-5eb4-32b4-9f0b-2d4263d70902

No hay comentarios:

Publicar un comentario