MARISA

Debe rondar los 40 si es que no los ha superado ya. Aun así, hoy cuando se ha presentado en el aula, su edad se ha ido modificando conforme hablaba: tan pronto me parecía que conservaba plenas las reminiscencias de su juventud como de repente cambiaba el tono de su voz, la expresión de su rostro y la energía de su cuerpo, y toda ella se transformaba ante mis ojos en alguien a quien la vida lleva mucho tiempo escaldando. Creo que no sería apropiado preguntarle directamente así que me quedaré con la duda. Tampoco es que importe demasiado este detalle, aunque los años tienen un papel esencial en su historia.

Y es que apenas tenía 16 cuando todo comenzó. Fue en otro tiempo, en otro lugar, y tanto ella como el otro protagonista, el protagonista masculino, eran también personas distintas.

Él fue su profesor durante dos cursos seguidos, en la recta final de la primaria, y ahí fue cuando surgió lo que surgió. Como ha hecho la misma Marisa, precisaré que en esos dos años fue cuando saltó la chispa pero que realmente no sucedió nada hasta después, cuando él ya no le daba clases, una vez que ella hubo cumplido los 16.

No sé si un asunto de esta naturaleza pueda suponer un escándalo a estas alturas, descontando cualquier prejuicio moral e incluso obviando la legalidad, pero supongo que es algo de una trascendencia menor teniendo en cuenta que ese hombre, el profesor, es 30 años mayor que ella, casado, con hijos y que su relación se prolonga a lo largo de varios lustros, tantos que ahora ese profesor está jubilado y tiene nietos. Como sucede con la edad de Marisa, ésta también será una cifra aproximada pero no es arriesgado afirmar que su idilio extramarital tiene fácilmente más de 20 años.

Al parecer continúan viéndose en la actualidad pero muy raramente. Hace un mes escaso fue la última vez. Marisa ya no vive en el mismo lugar que su amante: se mudó hace tiempo para distanciarse de él. Pese a la distancia sigue cayendo en la red de vez en cuando. Ella no se ha casado. Tampoco ha tenido más parejas. Tal vez sea por eso por lo que, presionada por el contador vital, decidió alejarse del profesor, para concederse una oportunidad de levantar una nueva historia, una historia verdadera, una que le hiciese feliz y la dignificase como mujer. Porque, ¿cuánto tiempo puede una mujer aguantar siendo la querida de alguien? Y pensaría lo mismo si fuese un "querido". Los años no pasan en balde para nadie. Tenemos un final asignado sin fecha fija y hay que luchar por sacarle el máximo partido a cada día que superamos.

Siento que se me pasa el arroz, ha dicho Marisa y lo ha dicho con tanta melancolía que su frase se me ha anudado a la garganta. Ese nudo se ha apretado aún más cuando he empezado a temer si su cazuela no estará vacía. Como es sólo una opinión me la he reservado para mí mismo.

A pesar de que aquel maduro interesante que paseaba por delante de la pizarra ahora no deja de ser un anciano, no parece disgustada por la diferencia de edad. Profundizando un poco más ha revelado que tampoco le preocupan sus problemas para conseguir una erección. Justo cuando ha dicho eso le he preguntado que si está enamorada de él. No me ha sabido contestar. O no ha querido hacerlo. A cambio me ha hecho otra pregunta.
— ¿Puede un hombre estar enamorado de dos mujeres a la vez?
No he sabido contestarle. Querría haberlo hecho. Mi boca ha sido incapaz de articular palabra. Todo lo que he podido darle ha sido una sonrisa tonta.
—En fin, después de tantos años, qué más da, ¿no? Lo peor ya ha pasado. ¿Sabes qué fue lo peor de todo? Convivir con los rumores de todo un pueblo —ha dicho inmediatamente después, demostrando que, por fortuna, había ignorado mi sonrisa.
—No hay que hacer caso a los rumores —he dicho con resolución, procurando borrar mi respuesta anterior.
— ¿Ni cuando son verdad?
De nuevo el silencio ha sido todo lo me ha sonsacado. No le ha hecho falta nada más para proseguir desvelando su historia.

Una localidad muy pequeña, donde los sucesos, tanto verídicos como rectificados sobre la marcha, corren a la velocidad de la luz por todas las orejas que les permitan posarse. Como era de esperar, en su día, la historia de Marisa y el profesor encontró gran cantidad de pistas en las que aterrizar. En el tercer encuentro que mantuvieron fueron descubiertos por un vecino, quien no tardó en sembrar la sospecha entre los habitantes.
—Como todo el mundo está acostumbrado a que a menudo todo sea una pura invención, nadie le hizo mucho caso y pudimos estar tranquilos durante un año y pico —ha seguido explicando ella—. Hasta que fue su mujer la que nos vio juntos.

Si la mujer del profesor los había cazado in fraganti, y si continuaban casados en la actualidad, no lograba hacerme a la idea de cómo habrían transcurrido los acontecimientos tras aquel choque tan fortuito y desafortunado. Porque se suponía que su aventura también había perdurado, lo que privaba de sentido al resto del conjunto.
—Yo tampoco sé explicar lo que pasó —ha dejado claro Marisa—. Puede que por una vez nos favoreciera vivir en un sitio donde cualquier intimidad puede convertirse en suceso público. No lo sé. Todavía hoy sigo preguntándomelo. El caso es que su mujer no montó una escena. No sé lo que le diría a él en casa pero creo que mantuvo su postura. Fuese como fuese, estoy convencida de que lo que a nosotros nos iba a beneficiar a ella la ha estado martirizando durante todo este tiempo.
—No entiendo eso último.
—Porque si estando en su pleno derecho de, como poco, patalear, decidió no abrir la boca, debió ser porque no quería que trascendiese más allá de su casa del campo, que era donde nos veíamos. Si no decía nada era por sus hijos, por ella y hasta por el traidor de su marido, pero sobre todo lo hacía porque sabía que no iba a poder soportar el acoso y derribo de los cuchicheos y codazos que iba a suponer que aquello se descubriese. Evitó el escándalo.
—Pero una cosa es llevar el asunto con discreción y otra totalmente diferente consentir que continuaseis viéndoos —he querido cuestionarle yo.
—Ya lo sé. Ya te digo que no sé si le reprendería en algún momento, si llegarían a algún tipo de acuerdo o si ella simplemente se resignaría y miraría al frente por no hacer partícipes a sus hijos. No sé nada acerca del funcionamiento de ese matrimonio. Como comprenderás no hablábamos de eso cuando estábamos juntos. Nunca he tenido ese dato pero siempre pude intuir que no se tenían demasiada estima el uno al otro y ese es un aspecto que no ha variado a lo largo de estos años, si acaso habrá ido a peor. No sé. Lamentablemente lo de no decir ni pío tampoco surtió efecto y como por arte de magia lo que pasó entre los tres aquel día pronto estuvo en boca de todo Dios y aquello se convirtió en una especie de leyenda que aún hoy sigue vivita y coleando, alimentando el aburrimiento de todo el pueblo generación tras generación, aunque me atrevería a decir que el interés ha decaído y ya son menos los que se acuerdan de nosotros. Aunque en aquel momento no nos quedó más opción que aprender a llevarlo. O a sobrellevarlo, más bien. 

En seguida le he dejado claro que no sabía cómo podía ayudarle, haciendo hincapié nuevamente en que  que su relato no me encajaba dentro de la temática que iban a tratar aquellas reuniones. Marisa no ha tardado en pedirme que, por favor, le permita acudir a las reuniones, que quiere intentar olvidarse de su amante como sea, que está decidida a dejarle para siempre, que necesita distraerse, que no quiere volver a verlo y que, de paso, puede conocer a alguien interesante en las reuniones. Me he mordido la lengua para no decirle que lo último que le convenía era rehacer su vida con cualquier tipo que pasase por aquella especie de cueva de ladrillos.
—Tendrás que contarles el motivo por el que estás aquí —le he dicho en lugar de soltar lo que en realidad pasaba por mi cabeza— y a lo mejor estiman que no encajas en este entorno. En cualquier caso espero que sean abiertos y no les importe. Y que te ayuden, por supuesto. 

Marisa ha sonreído y las arrugas de su cara han vuelto a poner de manifiesto que tal vez no haya sido desdichada pero que tampoco ha llevado la vida que soñaba cuando tenía 16 años. 
Después se ha levantado con intención de marcharse.
— ¿No piensas quedarte a escuchar a tu compañera? —le he preguntado al reparar en su movimientos. 
—Casi prefiero que no haya nadie más —ha manifestado Silvia. 


SIGUIENTE CAPÍTULO: SILVIA






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