miércoles, 2 de abril de 2014

JOTA: día 2

Hoy ha sido la segunda reunión. 

Y hoy, como el lunes, he vuelto a sentir la misma corazonada: no va a venir nadie. No me he atrevido a poner la mano en el fuego ni por Marisa y Silvia: me mosqueaba que se hubiesen desahogado tras contar su conflicto, Marisa lo había hecho con el doble de público que Silvia, y no volver a saber de ellas. Pero lo que más me iba a molestar, si se daba el caso, era que desperdiciasen la oportunidad de pasar página. A lo mejor estoy siendo demasiado ingenuo y no es una oportunidad real ya que no soy ningún experto que de verdad les pueda ayudar a superar baches pero creo que pasar un par de ratos a la semana fuera de sus rutinas puede venirles bien, tanto a ellas como a cualquiera que se asome por el aula.

Me ha alegrado mucho equivocarme y al ver entrar a Silvia, que ha sido quien ha llegado primero, he dado marcha atrás en mi presentimiento con la alegría cincelada en la boca.

Por no sacar el tema del amor de su vida, su novio y su boda hasta que no hubiese más gente para debatirlo en común, también por no saber bien que añadir a lo que le había dicho en la reunión anterior, apenas he cruzado tres frases banales que nos han llevado siempre al mismo punto: silencio incómodo. Esa dinámica se ha repetido hasta que ha llegado Marisa.
— ¿Estabais esperándome? —ha preguntado ella al vernos tan callados.
He negado con la cabeza, sonriéndole sin enseñar los dientes, procurando aparentar normalidad. Diría que Silvia ha imitado mis gestos.
—Me gustaría pensar que va a venir alguien más —he dicho después sin demasiado convencimiento.
Marisa ha asentido, ha saludado a su compañera y ha tomado asiento. Tras sus movimientos, nuevamente el silencio.

Notando que el tiempo corría de forma preocupante sin que nadie apareciese por la puerta y como ninguno de los tres abría la boca más que para carraspear me ha empezado a vencer la impaciencia.

Mi corazonada comenzaba a cumplirse.

Justo cuando la situación se estaba volviendo insoportable un chico ha hecho aparición en el aula. En un primer momento, y por la expresión que acarreaba consigo, he pensado que todo era un espejismo, que no venía a salvarnos, que sólo estaba allí para preguntar cómo se salía. Han sido unos instantes muy confusos. Mucho más cuando el recién llegado ha visto que dos de las tres personas que lo recibíamos, casi se podría decir que con los brazos abiertos, eran chicas, el recelo que desprendía, el cual percibíamos aun manteniendo sus dos pies fuera de la estancia, ha engordado varias capas.

Dándome cuenta de la incomodidad del nuevo integrante, porque si algo bueno tenía su reticencia a entrar era que dejaba en evidencia que estaba allí para quedarse, me he levantado de la silla y he caminado hasta él.
—Siéntete como en casa. Puedes pasar con total confianza —he querido animarle, sin resultado positivo alguno.
El último en llegar ha cabeceado con insistencia, tanto que las dudas han vuelto a asaltarme.
— ¿Estás buscando a alguien? —le he preguntado a continuación para resolver la incertidumbre de un plumazo.
—No. Venía a unas reuniones de…
—Entonces creo que estás en el sitio correcto —he dicho antes de que terminara su frase.
—Pero hay chicas —ha mascullado él.
— ¿Perdona? —le he preguntado aun habiendo entendido perfectamente lo que había dicho.
—Que hay chicas —ha vuelto a repetir, apuntando con su barbilla a las chicas.
—Y también hay chicos. Contigo dos, yo también me cuento —me he atrevido a corregirle.
—Pero es que solamente hay chicas —ha machacado él, haciendo hincapié en solamente.
Por un momento temí que tuviera algún problema visual que le estuviera impidiendo distinguir entre mujeres y hombres y que, en consecuencia, pensara que yo también era una chica, lo que era todavía más peliagudo. Siendo así, para sus ojos, indiscutiblemente, él era el único varón.
—Estás tú. Estoy yo. Ambos somos chicos —repetí de todos modos.
—Pero tú no cuentas. Tú eres quien pone orden y todo eso —me rebatió él.
—Soy el que pone orden y todo eso, tú lo has dicho, pero sí que cuento —dije yo, pretendiendo concluir—. Soy uno más, pongo orden, soy totalmente neutral, pero uno más, te lo aseguro. Entiendo tu pudor pero todo el que pase por aquí va a tener algo que contar que sin embargo no le será fácil hacerlo, pero si quiere formar parte de esto tendrá que contarlo delante de los demás, de chicos y de chicas. Es lo que hay y las condiciones no se van a cambiar. Tampoco forzamos a nadie a que se quede, te lo digo por si quieres dar media vuelta.
—Es que me da muchísima vergüenza que todo el mundo sepa lo que me pasa.
— ¿Y qué es lo que te pasa? A mí sí que puedes contármelo. Soy uno de los tuyos.

El chico nuevo no ha dicho nada sino que, tras remolonear y tantear la mejor opción por entre las baldosas del pasillo, me ha mirado, ha resoplado y por último se ha limitado a hacer un gesto con los dedos pulgar e índice, indicándome el tamaño de cierto apéndice de su cuerpo, he querido entender.

He apretado los labios, rebuscando las palabras más acertadas para no tomarme a guasa su problema ni ahondar en su malestar.
—Estas dos chicas están aquí por otras cuestiones, más relacionadas con el amor que con lo sexual, aunque el sexo también forma parte de su problema —he empezado a contarle—. Me gustaría que te quedases y que ellas mismas te contasen lo que les pasa. Y lo harán porque se han comprometido a ello y esa es la causa por la que están aquí hoy. Lo que pretendemos es que os ayudéis los unos a los otros. Será mucho más sencillo obtener ayuda cuanta más gente venga. Yo también aportaré mi grano de arena, podéis contar conmigo desde que entráis por la puerta, vamos, que os ayudaré tanto como esté en mi mano. Del mismo modo, me gustaría que te quedaras tú también, por supuesto, y que colaborases con ellas, con los que vengan a partir de ahora, conmigo. Eso sí, no olvides que el requisito esencial para entrar es hacer público el motivo que te ha empujado hasta aquí. Quiero pensar que estas dos mujeres son personas de mentalidad abierta, maduras, que no se van a burlar ni mucho menos. En el peor de los casos, y si alguien se atreve a soltar una sola risita, lo echaré del aula.
—Gracias.
—No lo hago por ti, lo hago por todos. Tenlo en cuenta. Si eres tú quien se ríe también te largarás.
—Entendido.
— ¿Te quedas?
—Me quedo. 

Mi capacidad de convicción me ha asombrado tanto que una sonrisa de complacencia ha aparecido entre mis labios. 


SIGUIENTE CAPÍTULO: JULIO





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